Capítulo 2
Al día siguiente desperté como a quién lo arrebatan violentamente de un ensueño. No sabía distinguir demasiado bien lo real de lo ilusorio. De hecho, y para confesarles, nunca más volví a concebir la realidad como un espacio inalterable. Desde que conocí a Gloria todo se volvió una línea difusa entre el enigma y la certidumbre. Yo, que siempre elegí la previsibilidad, me veía imbuido de una perplejidad infinita. Quería seguir caminando como un equilibrista entre lo mejor de ambos mundos. Aquel mundo material en donde Gloria me había conocido, pero también aquella ficción a donde me había llevado de la mano, aquella noche, por primera vez. Esa mañana nos despedimos prometiéndonos volver a vernos, no tengo recuerdos exactos de la despedida, pero luego vendrían otras tantas, todas similares. Un desayuno, una charla sobre el viaje de la noche anterior, varias sonrisas y una mirada de confidencia. Quería quedarme a vivir en sus ojos para siempre. Nunca me había sentido tan comprendido, tan mimado, no desde que había estado en brazos de mi madre, como imaginarán eso había sucedido hace más de veinte años, porque nada de lo que sucede se olvida, aunque no puedas recordarlo. La convivencia de recuerdos ausentes y presentes se volvería una constante desde que conocí a Gloria. La razón lógica se volvería un juego de piezas intercambiables que ofendería al más escéptico. La literatura no es, como dicen, una licencia creativa de lo extraordinario sino una herramienta que nos permite conocer el estado superior de la realidad. Pero ese es tópico de otras obras. Aquí lo que me interesa narrar es la extraordinaria historia que vivimos con mi amiga.
No volví a verla esa semana. Nos mandamos mensajes durante todo el día, a toda hora, a cada minuto. Nos habíamos hecho muy cercanos, me contaba acerca de los personajes que veía en el transporte público, yo le decía lo difícil que era mi horario laboral, luego ella me narraba cómo había sido la coreografía y lo feliz que la hacían las clases de baile, yo le decía que las materias troncales de mi carrera universitaria eran las más difíciles e interesantes. Así transcurrían nuestros días, en un ida y vuelta de intereses compartidos. Casi nada sucedía verdaderamente si no se lo contaba. Las charlas con Gloria eran una confirmación de la realidad en la que vivía por aquella época. Todo debía saberlo y todo debía contármelo. Estábamos sanamente obsesionados, éramos el fuego glacial del que escribió William, la felicidad del dulce Werther, todos los romances de Casanova. Nos volvimos a ver el siguiente fin de semana, debo aclarar que mis horarios eran imposibles por aquel entonces, entre la oficina y las clases interminables. Le dije que esta vez no quería acompañarla en ningún viaje y aceptó que no sería necesario. Quería verla y sentirla en este mundo, sin sed ni sabores a nubes de algodón. Nos encontramos en una dimensión conocida, pero también interminable. Sus labios tuvieron sabor a magia y mis ojos casi lloran de ternura. Volver a vernos era como recordar con nostalgia un futuro perfecto. Me acuerdo de que empecé a pedirle que se mudara conmigo. Cada vez que venía a visitarme le hacía escuchar la misma canción, el mismo álbum, uno que sin entender su letra me hacía acordar a ella. Estaba convencido de que quería pasar el resto de mi vida con ella, aunque se tratara de tan poco tiempo, apenas unos cincuenta o sesenta años más, que alcanzarían para llegar a conocer una pequeña parte de su vida, después de todo, los humanos cambian todo el tiempo y quizás por eso nunca terminamos de conocer a alguien. Escribir es entonces como tocar el piano, nos dejamos llevar por un lenguaje musical que no comprendemos y que nos ayuda a cantar historias hermosas. Cada tanto una poesía sale a la luz a la manera de un jingle. Aquí les dejo uno de aquel entonces.
Te advertí que en términos estéticos éramos incompatibles
y ahí estabas rebelde y contraria como siempre,
contra todo pronóstico te quedaste, quién sabe,
si lo hiciste por orgullo o por vergüenza, quién sabe
cuánto querías demostrar o cuánto querías tener razón.
El problema no es que te hayas ido, si no que antes,
exactamente unos días antes, me habías convencido.
Y te esperaba el fin de semana siguiente con algún plan,
con alguna historia, algún consejo, o alguna excusa
para ir a buscarte y contarte todo lo que no tuvimos tiempo,
lo que se nos escapaba de las manos y se nos iba
en cuatro o cinco mensajes después del desayuno,
en cuatro o cinco mensajes antes de dormir,
en cuatro o cinco noches en que me invitaste a soñar,
a vivir lo inexplicable, lo virtuoso, la mayor experiencia estética
que jamás imaginé vivir y sin embargo me hiciste conocer.
Y después te fuiste.
Sí. Ella desapareció repentinamente. Semanas o meses después de ese frenesí inexplicable de almas imbricadas y dependientes ella desapareció. No en el sentido de que no sabía de su paradero. Podía haber ido a golpear la puerta de su casa o tocar el timbre indefinidamente. Pero cuando alguien no quiere hablarnos no se piden muchas explicaciones. Ella simplemente desapareció y podía entenderlo como un mensaje. El mensaje era duro y muy directo: no vengas a buscarme.
Hice lo que pude con mi vida los días siguientes. Retomé la rutina de las noches sin ella. La realidad era cruda y grisácea. Me sentí como el narrador de fight club sin un Tyler Durden que viniera a despertarme. Vivía en automático, por las noches levemente me salía de mi artificialidad para escribirle un poema. Nada de metáforas ni figuras literarias, le decía bruscamente que la extrañaba, que la vida sin ella era un oscuro y gélido mar, que sin su risa la luz se había apagado y que, a oscuras, todavía la buscaba a tientas. Pero que nunca daba con ella. Me acuerdo de que la poesía brotaba de mí como una cascada de agua limpia y serena en un paisaje soñado. Pero la pureza del agua se bañaba en tinta con mi sangre. Y llovían dolencias y salpicaban gritos. Las noches que le escribía todo era dolor, pero un dolor agradable y dulce porque se sentía real. Se acababa la mentira de la tarde y acechaba otro engaño a la mañana. La noche era mi única arma para el desengaño, el único lugar donde volvía a verte, la única sala para prender la luz y recordarte.
Jamás te confesé que yo estaba en una relación. Quién sabe si por miedo a que te vayas, o por vergüenza, o por venganza. Nunca lo dije inclusive hasta ahora. De todas formas, supe un año después que te habías marchado por la misma razón. Se ve que no somos para relaciones únicas y estables, esa mentira que se inventaron las ciudades modernas. En la que uno guarda en casa una vida ideal y sale por las noches en busca de la aventura del frenesí y el éxtasis de lo prohibido. Otra muestra de la complejidad de la contradicción. Si el amor fuera lógico nadie saldría nunca lastimado. Pero el hombre es un animal hecho de contradicciones. Contradicciones de todo tipo que ahora no vienen al caso. Yo volvía a dormir con mi pareja y te extrañaba. Me acuerdo de que muchas veces quise salir corriendo, quise llorar y gritar "vos no sos Gloria, nunca vas a ser como ella". Pero Gloria no iba a escucharlo. No tendría sentido lastimar a alguien más, así que guardé silencio. Guardé silencio mucho tiempo. No me podía decir la verdad ni a mí mismo. Seguí viviendo una completa mentira, anestesiado y fingiendo que no hacías falta, que habías sido un error más, o algún capítulo de relleno en la serie de mi vida. Cuando era chico creía que mi vida era como una película en la que yo era el protagonista, pero ahora veo una serie mal contada, con demasiadas temporadas y nadie es el personaje principal, somos casi todos, meros antagonistas. Se me viene la idea a la cabeza de que vos fuiste siempre la verdadera protagonista. Por eso tenías que marcharte, tenías que superar un mal capítulo o una pésima temporada. Pero si el guion indicaba que fuimos tan mala actuación ¿por qué volviste?
Así es. Un año después que pareció un lustro, o una década, o un siglo, Gloria regresó. Mi memoria es pésima, pero ella me escribió. Me mandó un mensaje como si nada. Me escribió como si hubiera sido una anécdota el habernos conocido. Quizás la idea de intensidad que yo había manejado en su mente nunca existió. Quizás todas las veces que le rogué que se quedara conmigo, que nos mudáramos juntos y que hagamos un futuro en compañía a ella le parecía un chiste. Pero yo nunca había hablado tan en serio. Parece que su juventud le permitía ver la vida como un juego y a mí la edad ya me estaba obligando a comprometerme. Entendía que con el tiempo uno solo quiere a alguien con quien compartir el domingo, unos mates amargos muy lavados o una serie oriental que nunca se entiende demasiado bien. Todo eso antes de los hijos, por supuesto, que vienen acompañados de novelas muy mal escritas y cuentas de luz impagables, aunque no prendas el velador para ahorrar energía. Que la vida es circular y tener un lugar donde morir es más importante que salir a conocer el mundo. Todo eso pasaba por mi cabeza cuando Gloria me escribió sin previo aviso. Sus mensajes siempre fueron así. Cuando todavía estábamos juntos ella me invitaba a cenar a las nueve de la noche y yo salía corriendo a buscarla. Me iba mal dormido a trabajar, a veces sin bañarme, a veces sin cambiarme la ropa. Nuestro vínculo siempre fue desordenado. Desde que la conocí mi vida dio un giro dialéctico. Nada volvió a tener sentido. La historia de Gloria es en realidad la historia de una contradicción. La vida de un académico se ve impactada de frente por la ilusión de una realidad superior. Pero Gloria estaba ahí escribiéndome después de un año de silencio y yo solo quería salir corriendo a abrazarla. Por lo que ese miércoles fui a su encuentro. Me hizo milanesas y su risa nunca se había apagado. Me pidió perdón y me explicó todo lo que había sucedido. Esa noche arreglamos algo, pero rompimos otra cosa. Te conté por lo que había pasado en tu ausencia.
Hoy te extrañé.
Fue a la tarde, en plena avenida, en pleno octubre,
fue de repente, como una sorpresa, como si me interceptaran,
fue automático, autómata, autoflagelado, autista,
fue raro, incómodo, intenso, inentendible.
Y hoy te extrañé.
Es que no te extrañé a vos exactamente,
porque extrañar es volver extraño algo, y vos,
vos me sos extraña desde mucho antes,
así que no sé si es extrañeza, o es nostalgia,
o es bruma, o es deseo, o es sentirme a mí como un extraño.
Y hoy te extrañé.
Porque me acordaba de mí cuando estaba con vos,
y ahora tan en mí mismo, me quiero salir un poco,
alejarme, ir a buscarte y decirte "soy un extraño",
enseñame de nuevo quién era, cuando éramos dos,
y dejame volver a ser alguien que conozco:
Alguien que a la tarde, en plena avenida, en pleno octubre
pueda interceptarme y decirme sin palabras
que hoy nos extrañé a los dos
antes de volvernos dos extraños.