Hay historias que merecen ser contadas. Aunque no tengan un final feliz, aunque ni siquiera tengan un final. Aunque queden varadas en el oasis del tiempo, en la perfección de la nada, en la belleza de su inexistencia. La paradoja del amor como una amistad efímera entre dos completos desconocidos que no sienten nada. Una de esas historias es, por ejemplo, la de la chica del cabello rosa.
Una tímida joven de diecisiete años que conoce a un tarado por internet. Casualmente se hacen amigos. Se llevan bien. Se divierten juntos. Un vaivén de sonrisas ilumina sus charlas. El entretenimiento se convierte en afecto. El carisma en amistad. Afortunadamente él le da la noticia de un viaje a la capital del país. Más de setecientos cincuenta kilómetros los separa, sin embargo, la complicidad de su destino les dio la oportunidad de conocerse. Él la buscaba entre la multitud. La encuentra y en su cabeza relee conversaciones de cada momento divertido que pasó con la chica del cabello rosa. Repleto de gente de todo el país y del mundo. También sus compañeros y amigos, pero en cambio él quiere hablarle a la chica del cabello rosa.
“Araxi”, pronunció un poco inseguro. Ella sonrió. El resto fue cómo la caída del agua sobre una cascada; suave, delicada, con charlas y risas desinteresadas, un diálogo de años, una compañía sin fisuras. El chico no quería parecer un tonto, pero amaba la forma en que sus cabellos rosados acariciaban el suave tacto de su blanca piel. Imaginaba sus besos abrazándolo, sus ojos cegados por destellos de color de rosas que lo envolvían en ternura, la textura de sus labios invitaban a morderla débilmente dejando desatar la locura.
Estaba embobado. No obstante actuaba normal, era un buen actor. Él pidió tomar su mano. Jamás una tenue y pequeña mano había logrado presionar tan fuerte su corazón. Jamás había sentido tanta seguridad cómo lo hizo entonces. Jamás la sinceridad de una mano le había sido tan cierta. Él despidió a la chica del cabello rosa con un fuerte abrazo y ahogó todas sus ansias de besarla. Un beso que pudiera romper el gigantesco iceberg que congelaba aquel momento.
Más tarde, durante su regreso, el anhelo de verla lo obligaba a escribirle un poema a la chica del cabello rosa. Finalmente fue un relato. Porque hay historias que merecen ser contadas. Aunque no tengan un final feliz, aunque ni siquiera tengan un final.
09-05-2014