Usted la conoció y está completamente seguro de que es Ella. Quiere contarle a todo el mundo, eso me incluye a mí, a ella y a usted. El primer consejo es que lo guarde para sí. En todo caso, escríbalo. Hágalo literatura, pintura, arte; ponga su obsesión en otro lado, evite los comentarios y las exageraciones públicas. Existen dos grandes motivos inobjetables que fundamentan esta recomendación; en principio, nadie va a creerle. Aquello que se genera en su cabeza (o en su corazón, para ser coherentes con el estado de alteración de su espíritu) no se corresponde con lo que ocurre en la vida del resto de los mortales. Ese ímpetu por contar las maneras en que su sola presencia condensa las más tortuosas emociones, no llega a calar hondo en sus potenciales interlocutores. Así, solo conseguirá que lo entiendan como un loco, un embustero o un inconsciente. En segundo término, y suponiendo que todos participaran de su narrativa imaginaria y le creyeran, entonces todo aquello que usted cuenta podría consumirse como verdad, o en su defecto, como un verosímil. Pero, más tarde, por razones del paso del tiempo o del agotamiento de los estímulos del alma, usted podría alcanzar a cambiar aquellas opiniones acerca de lo que sentía, viéndose obligado a responder por emociones que ya no le son propias, esto es, pasar a explicar los motivos por los cuáles su alma se encuentra desencantada de la persona que en algún momento hubo llenado todos sus espacios. Por estas dos grandes posibilidades es que, una instrucción primordial es que tenga a bien dejar reposar en su cuerpo y en sus silencios, los más profundos sentimientos que la persona en cuestión le convoca.
En los casos en que se encuentra dudando de cómo proceder ante encuentros fortuitos o inclusive arreglados, sepa que no debe hacer absolutamente nada. Uno atiende a las ideas de que debe parecer interesante, pide consejos a los amigos cercanos, se camufla de estrategias que están enfocadas en la otra persona, avanza con un cuestionario estudiado en donde los temas abarcan un sinfín de temáticas innecesarias, completa una entrevista antropológica con la atención flotante puesta en la búsqueda de información que le facilite un encuentro más profundo, se esfuerza en memorizar datos innecesarios con el afán de que luego serán reconocidos y no. La determinación de sostener una actitud premeditada, compleja y objetivada puede generar la dificultad de la transparencia, de la honestidad, de la cercanía, del reconocimiento recíproco, la conciliación, la confidencia y la intimidad. La instrucción entonces radica en dejarse llevar por la interacción, regocijarse de la charla, procurar el bienestar del encuentro, atender las ideas, los modos, las pasiones de quien nos interpela, conmovernos de sus experiencias y transmitir los que nos moviliza en el orden de los acontecimientos diarios. Dejarse empapar de los sueños y de las frustraciones, enfrentar los conflictos que suponen las diferencias y salir airoso de las confrontaciones con la calidez y el respeto, enseñando así tolerancia a la diversidad y a la incomodidad. Comprender que un mundo diferente es posible a partir de la perspectiva del otro y permitirse navegarlo aunque sus aguas nos resulten turbulentas y sus tierras no parezcan intransitables. Facilitar la posibilidad, la esperanza y la armonía a través de la dialéctica oportuna, los turnos del habla, el buen trato y la asertividad naturalizada. Después de todo, saberse perfectible y ofrecer la transparencia de nuestra personalidad no puede más que corresponder la buena predisposición y el gentil recibimiento a un encuentro ameno e inolvidable, cuando no eficaz.
La pérdida de la individualidad es un deseo inevitable durante las primeras intervenciones románticas. Uno quiere hacerlo todo con el otro; pasear, salir, juntarse, ver una película, dos, tres, quinientas; dormir juntos, despertarse juntos, desayunar, almorzar, merendar, cenar y volver a dormir juntos; esta insistencia de la hiper-presencialidad provoca el desmantelamiento de la percepción de sí mismo; uno no está en sí mismo sino en la pareja, en dos personas, está reconfigurado; allí es donde uno debe recordar las instrucciones de mantenerse firme, ensimismado, distanciado y racional; permitirse con la pareja la idea de extrañarse, descubrirse, oxigenarse, validar la presencia del otro a través de la ausencia; procurar la calidez y no el incendio, la navegación y no el naufragio, la contemplación mutua y no el espejismo; desdoblarse, sostenerse y volver a reencontrarse cada vez; regalarse la oportunidad de ser, de no estar siempre de acuerdo y de volver a elegirse. La posibilidad de conciliación produce proyectos en común, la homogeneidad condena la originalidad; uno debe saberse otro a través de la confirmación de la identidad del quién. Salvarse es resguardarse, nadie quiere morir en el derretimiento de una pareja. Dicho agotamiento es fatal y contraproducente en relación a la propuesta de estos lineamientos.
Para conquistar el amor estas instrucciones se presentan como bolsas de aire que evitan morir en el intento. Quien haya llegado hasta aquí pensando que sería capaz de enamorar a quién quisiera, como una especie de receta de la dominación del eros, sepa que enfrenta el camino contrario. Es un instructivo para evitar el asesinato, que es, al mismo tiempo, el suicidio. Porque todo amante se sabe dos vidas, todo impulso de desamor es una tragedia, todo abandono es una evasión de quien hubiéramos sido. Si fuera a conquistar el amor no podría actuar como su Emperador, porque de vasallos solo sabe la dominación y de siervos solo sabe el rey. El amor se construye a partir de la libertad, cualquiera que quisiera conquistarlo ya lo está perdiendo. En cambio, quien se posa levemente a la luz de su propia existencia, podría tener la suerte de que una mariposa simbólica lo elija para descansar sus alas durante un reducido espacio de existencia. Las instrucciones, entonces, son advertencias para no alterar su vuelo, ni evitar su descenso, ni apurar su partida.
Sea polen, sea savia, sea vida. Que lo orgánico engendra, lo vivaz enciende, la calidez ilumina.