La idea estaba buenísima. La había tenido momentos después de haberme despertado. Me acuerdo de que estaba acomodando la ropa o haciendo la cama. O alguna de esas cosas en piloto automático que uno hace mientras se prepara el desayuno. ¿Sabían que desayuno en inglés tiene el mismo significado etimológico? Me lo contó el otro día Matías mientras hablábamos de estas cosas. Yo mucho no le entiendo, pero esta vez sí: des-ayuno es break-fast. Entonces estaba con esta otra idea en la cabeza y la cama ya estaba ordenada, y el desayuno ya estaba listo, y de repente ya era mediodía. Pensé en contarle mi idea a alguien como para ver qué pensaba. Porque uno lo que hace es enseguida compartirla, total no se gasta, hasta incluso se enriquece. Entonces me dije: ¿a quién se la puedo contar? Pensé primero en los optimistas, pero ellos están siempre con entusiasmo y seguro me iban a decir que estaba buenísima, que la ponga en práctica enseguida. Medio que me dejaron solo. Ahí con mi idea y todo su entusiasmo. Yo necesitaba algo más, como reservas y algunos consejos extra. Así que pensé en los pesimistas, pero bueno tampoco. Porque iban a empezar con sus advertencias, que algún otro ya tuvo una idea parecida y esas cosas nunca salen bien. Los escépticos iban a pedir pruebas de la existencia de la idea y yo no tenía demasiadas, de hecho, ninguna. Fui con los crédulos y me confirmaron que aquella era la mejor idea del mundo, pero todavía no se las había explicado, así que creí que me estaban mintiendo. Metí la idea en mi bolsillo, tenía que ir al trabajo y no tuve tiempo de sacarla para poder mostrarla. Más tarde, fui a la facultad de ciencias sociales y no había un marco teórico adecuado como para incluirla. Volví a casa y se la mostré a mi gato, entonces él acercó la cabeza como haciéndole un cariño, después se puso de panza como para jugar y me di cuenta de que era una idea, por lo menos, agradable. La dejé sobre la mesa de luz y me preparé algo para comer. Cuando volví la idea estaba ahí esperándome. Pensé en publicarla en alguna de las plataformas digitales, pero iba a pasar de largo entre otras miles de publicaciones absurdas. Pensé en mandarla a cada uno de mis contactos, pero nadie responde enseguida cuando uno necesita algo, más bien, te escriben rápido cuando es al revés. No los culpo, yo buscaba hacer lo mismo entonces. Tomé la idea, la miré un rato, me hice amigo y ya no quise compartirla, no quise dársela a nadie, quería guardarla exactamente en un lugar donde nadie la viera, donde nadie vaya a encontrarla. Después de todo, la idea era mía.