Estudiar procesos históricos permite conocer no solamente los datos referidos a los acontecimientos sino también la manera en que estos se fueron desarrollando. Toda aparición de un nuevo fenómeno o tecnología no fue sino una transformación de algo previo, algo así como un aluvión creativo que modificó levemente una práctica y pudo desarrollar con el correr del tiempo una manera distinta de generar un resultado mejorado, complejo y a veces, distinto. Se me ocurre a priori algunos ejemplos vanos que podrían ilustrar esta idea; el paso de los dibujos, garabatos, representaciones rudimentarias hacia una suerte de pictograma o fonograma que más tarde daría lugar a los primero alfabetos silábicos; la filosofía como un modo de sistematizar el pensamiento que siglos después daría lugar a las bases de las ciencias humanas; las primeras nociones acerca del funcionamiento de la electricidad que luego daría lugar al lenguaje de las máquinas computacionales, hablar en bit es hablar en impulsos eléctricos, a muy grandes (enormes) rasgos. Todo este recorrido de modificaciones de conocimientos y prácticas está signado por un camino largo, minucioso, colaborativo, intrincado, virtuoso. En este instante, se me viene a la mente la última frase de la película La guerra de los mundos: "Mil millones de muertes hicieron al Hombre acreedor a su inmunidad, con derecho a sobrevivir entre los infinitos organismos de este planeta. Y ese derecho es ante todo adversario pues el Hombre no vive, ni muere en vano". Los procesos son largos y la condición humana pensada como especie es el mayor de los ejemplos. De la piedra al pixel (*), de la Filosofía a la Ciencia, de la materia al dígito.
Nos encontramos en uno de esos largos procesos que nos obligan a estudiar en las academias. De la misma manera que entendemos que fueron pequeños y abruptos sucesos los que modificaron las edades de la historia, para pasar de la Edad Antigua con sus grandes imperios a la Edad Media llena de campesinos y señores feudales; luego a la Edad Moderna con sus repúblicas y grandes problemas económicos y sociales. Sin embargo, estas eras entre sí, a pesar de sus grandes modificaciones tenían algo en común: estaban limitadas al mundo material donde se sucedían todos los acontecimientos. Durante los últimos años del siglo XX y en los primeros años del siglo XXI, en el que actualmente escribo estas líneas, gran parte de los sucesos que modifican la vida material están sucediendo en el mundo digital. Como esta obra escrita es parte de este universo que estoy relatando, me animo a embarcarme en la aventura de que sea un programa "inteligente" propio del mundo digital el que me ayude a definirlo. Así, Copilot de Microsoft me indica que "el mundo digital es un entorno interconectado por dispositivos o sistemas digitales, ya sea entre personas, personas con objetos y objetos con objetos". Indica además que es un espacio donde suceden cosas referidas al comercio, la comunicación, el entretenimiento y la educación. A partir de este marco, me interesa proponer que dejemos de pensar en el Ser de la Modernidad y de una vez inauguremos la Edad Digital, o como la cita del primer párrafo "el encuentro de dos mundos".
Me interesa muchísimo que podamos establecerlo debido a que nos ayudaría a poner algunos puntos en común acerca del momento que estamos viviendo y de las problemáticas que surgen motivo de esta era. Incluso, podríamos dejar de lado grandes temores como que la Inteligencia Artificial adquiera conciencia y nos aniquile a todos por algún motivo que haya sido establecido en varias obras de ficción literarias. Somos los oyentes del primer programa de radio que anunciaba una invasión extraterrestre, nos creemos absolutamente todo aquello que venga vinculado a la ignorancia de un nuevo dispositivo tecnológico. Salimos de la sala de cine pensando que un tren viene a pasarnos por encima ignorando que lo que se refleja es una representación visual. En términos de actualidad, para no irnos a siglos anteriores, en un intento de autocrítica, pasamos más tiempo en horas de entretenimiento volátil y vanidades digitales que con las razones de importancia del mundo material. Si pudiésemos ponernos de acuerdo ya no como humanidad, sino como sociedad, algún grupo reducido de personas en algún lugar extraordinario de este globo, acerca de que el mundo digital es un espacio que existe y que marca la vida de las personas, pero que todavía aquí, en el espacio donde las cosas tienen olores y tacto, donde las emociones son lentas y no tan efusivas, aquí mismo donde estas palabras escritas generan algún tipo de manifestación química en el cerebro y se resienten los tiempos perdidos en el teléfono celular, aquí donde uno importa y deja de ser un bit, o un dato, o un recurso del algoritmo, aquí donde podemos abrazar y también pegarnos, donde nos vestimos, pero no tenemos una pose para vernos bien, donde nos miramos y no tenemos filtros, donde las palabras se acaban y nos habla el silencio, aquí donde pasa todo eso, aquí realmente es donde se encuentran la razón humana.
Tenemos que ponernos de acuerdo al menos en eso y más tarde, con la razón humana a cuestas salir a luchar por otras representaciones. Si nos ponemos de acuerdo en esto que es una suerte de manifestación en los albores de la era digital, entonces seremos capaces de sobrevivir a él. Un mundo que nos llena de sus realidades virtuales o aumentadas, que nos promete risas a costa de la creación de contenido pusilánime, que nos muestra emociones fraudulentas porque su objetivo radica en la interacción y no en el altruismo, con su política de "marketing" que es la de la ganancia económica y no la del bienestar general, nos promueve la apariencia y no el Ser, nos convoca su grandilocuencia y no su humildad, nos lleva a la promesa de la fama, de la viralidad, de la masificación y no nos permite reconocer nuestra individualidad, la soledad misma, el abandono, única condición para que el colectivismo surja a partir de la diferencia, reivindicándola. El mundo digital se ha transformado en la antesala del mundo material, todo sucede primero ahí. Nuestras reuniones, nuestros proyectos, nuestras manifestaciones, nuestros vínculos, nuestros registros, nuestros rituales, nuestras actividades, nuestra noción de nosotros mismos. Incluso cuando suceden posteriormente en el tiempo, porque somos artificios continuos, sintagmáticos, lineales, le damos la sublimación como hecho acontecido luego de su publicación digital. Viajamos y subimos fotografías a la red, acabamos una obra maestra y su disponibilidad es compartida a modo de inauguración, nuestros problemas sociales son resueltos luego de adquirir relevancia como novedad, desde luego con ayuda de los medios de comunicación y las plataformas. Aquella persona que ahora tiene hambre y frío no será remendada en tanto el mundo digital no la haga eclipse, aquí en una vida que todos suponemos radiante, inclusive por las noches.
El mundo material y el mundo digital son los nuevos Olimpos de una Era que promete nuevos dioses. No hay -ismo que imagine a ningún profeta. Seremos el lobo del hombre contra la máquina feroz del hombre. Cada herramienta del mundo digital será plausible de aniquilarnos y aceptar nuestra condición de seres materiales es la única manera de sobrevivirnos, de adaptarnos, de reconocernos como especie. La ansiedad generalizada, el sometimiento a la naturaleza, el posicionamiento de la ganancia y el egoísmo por encima de la razón humana nos coloca en un lugar de evidente debilidad ante la Era que se está inaugurando ante nuestros ojos. Este discurso no propone a la manera de Rousseau volver a los bosques ni tampoco abolir las ventajas que la convergencia tecnológica nos provee. De ninguna manera. Las condiciones de la vida humana han sido sido procesos complejos con pequeños cambios disruptivos que se pierden en su extensión en el tiempo. Por ese motivo en un intento de abstracción de esta dicotomía entre mundo material y digital es que insisto en la idea de reconocer el fenómeno, pero no quitarle preponderancia al primero que es donde los sentidos naturales logran sentirse "como en casa". Tenemos el desafío de salir afuera, de reconocernos tal como somos, de mirarnos y no solo convivir entre recuerdos estáticos y codificados, de oxigenarnos la vida a través del tratamiento personalísimo, enfrentarnos al tedio, desafiar el oxido del tiempo, aferrarnos a los segundos que nos han sido arrebatados a costa de "megas" de velocidad, suplantar las telecomunicaciones por vibraciones de aire, dejarnos llevar al menos una vez al día por el elemento analógico, adquirir responsabilidad en el vínculo con nuestra casa, desistir de la riqueza, optar por la vía dificultosa y no difundir que la inmediatez es sinónimo de calidad, saber ver el mundo digital como otra herramienta a merced de lo que poseemos en este momento, eso que nos pertenece: la vida material.
Me animo a pararme también del otro lado y suponer que el mundo digital nos pertenece. Entonces todo el manifiesto debería reinventarse, pero eso no es ahora nuestro principal objetivo.