No teníamos un sillón grande, mirábamos las películas con la luz apagada, como si se tratara de un cine, cada uno en su silla, alrededor de la computadora y con un volumen bastante alto. Mis hermanos mayores tenían cierto privilegio para crear ese ritual y nuestros padres no nos decían nada, a lo sumo nos cerraban la puerta del living por el ruido un poco fuerte. Este, se cumplen ocho años del estreno de la película Interestelar que vi por primera vez en uno de esos encuentros de luces apagadas y cenas improvisadas con pizzas o empanadas. Como era chico, me agarraba sueño enseguida, por lo cual me acomodaba en la silla y de a poco me iba quedando dormido, esa película de ciencia ficción realizada por Christopher Nolan no fue la excepción. Me sorprendía la capacidad de mis hermanos de permanecer horas interesados en la trama, hacían comentarios y se sobresaltaban con determinadas acciones. En cambio, en ocasiones yo ni siquiera formaba parte de las noches de películas, porque la que habían elegido no me resultaba demasiado interesante.
El film del cual me gustaría hablar, trata acerca de viajes al espacio exterior en búsqueda de un planeta habitable, ya que la Tierra deja de ser fértil, todo esto en el futuro distópico del argumento. Algunos años después volví a verla, esta vez solo y sin quedarme dormido. Una de las cuestiones sobre la física puesta en juego es que de acuerdo a la gravedad ejercida por los agujeros negros sobre sus planetas cercanos, el tiempo (espaciotiempo) transcurre “más rápido” o “más lento” en relación al de la vida aquí en la Tierra. Uno de los planetas visitados en la obra de ficción es el denominado “Miller”, en honor al primer astronauta que se aventuró a visitarlo, si viviéramos allí, en tiempos del planeta Miller, la película no se estrenó hace ocho años, sino hace apenas dos horas; así funciona la teoría de la relatividad en un ejemplo espectacular ofrecido por la obra cinematográfica.
En este sentido, no me sorprende que a temprana edad no me atrapara una obra de casi tres horas de duración y con un argumento que requiere cierto esfuerzo intelectual para descifrar lo sucedido. En oposición a la primera vez, crecí y volví a verla dos, tres y hasta cuatro veces, adiviné nuevos elementos para disfrutarla todavía más. En la trama, el personaje principal Joseph Cooper debe tomar la decisión de abandonar a sus dos hijos para formar parte de la tripulación en búsqueda de un planeta habitable. Esta cuestión clásica del héroe griego aventurero persiguiendo un objetivo. Algo reiterativo en las obras dramáticas, seguramente mis lectores coincidirán conmigo. Sin embargo, cuántas veces en la vida real renunciamos a lo que tenemos en búsqueda de algo prometido como “mejor”. De donde vengo, hay una canción folklórica que nos acompaña y nos conmueve llamada “estudiante del interior” del cantautor Mario Boffil. Este chamamé narra la partida de un joven estudiante hacia la capital de una ciudad, dejando detrás suyo a la familia, volviendo cuando podía, cada vez menos de seguido, y cuenta que en una de esas ausencias su padre “lo deja”, más tarde encuentra el amor y finalmente cierta realización de su futuro. Cooper, el protagonista en el viaje interestelar, también se conmueve viendo videos de su familia, a la que dejó atrás y a la cual probablemente no vuelva a ver.
El director de cine, Christopher Nolan, tuvo el apoyo de científicos para la realización de la obra. Esto le otorga gran verosimilitud a la trama. Por ejemplo, existen situaciones en que la nave espacial, el Endurance, debe sortear obstáculos en despegues o en maniobras en el propio espacio exterior. Estos momentos de suspenso y de muchísima tensión están acompañados por una banda sonora que suma instrumentos, acordes, música y efectos especiales para crear una “pared de sonido”, este muro produce en el espectador una sensación de energía y de adrenalina al mismo tiempo. Luego, de un momento a otro, en la misma secuencia de acción, los planos ofrecen una vista desde el exterior del vehículo y “aturde” un silencio profundo e ininterrumpido. De repente toda la acción continúa ya sin la banda sonora de fondo y no se escucha absolutamente nada, ni siquiera sonido ambiente, es solamente la imagen fría y plana del Endurance luchando entre los abismos. La razón por la cual esto resulta acertado es porque en el universo al no haber aire para conducir las ondas de sonido, este no se propaga. Cualquiera de nosotros podría gritar en el espacio y nadie nos escucharía.
En el marco de estas apreciaciones, recuerdo haber visto la película en tantas ocasiones que quería compartirla con más personas para hablar sobre lo que me había generado, de las decisiones puestas en juego para los personajes, de cómo la obra te hace sentir “muy pequeño” en toda la existencia y la importancia del único planeta que puede albergarnos, la Tierra. Le dije a mi primo que viera conmigo “la mejor película de la historia del cine”. Todo el tiempo nos hacíamos recomendaciones. Confiaba en su criterio para valorar la misma cantidad de cosas que yo había descubierto en la película. Necesitaba encontrar en alguien más esa misma admiración y la posibilidad de seguir expandiendo el público de esta magistral obra de arte contemporánea. Fue un sábado, ninguno de los dos trabajaba al día siguiente. Habíamos llevado a la pieza la cena y prendimos la estufa porque era época invernal. Cuando terminamos de cenar y con la introducción ya bastante avanzada, le dije que prestara atención a algunos indicios importantes ofrecidos por la narrativa. Me sorprendí al notar que él ya se había dormido. Estaba tan sumido en su sueño como yo la primera vez que la vi, en ese momento me dio bronca, le pregunté si estaba durmiendo y despertó de golpe, me dijo que no, pero que estaba cansado. De todas formas seguí viéndola y la disfruté solo, pero no pude compartir todo lo que me había propuesto. No lo culpo, yo también me quedaba dormido cuando no la entendía.
En el mundo construido por Interestelar, el Doctor Brand, es quien impulsa el proyecto de viajar a descubrir planetas habitables. Es el propio Brand quien a lo largo de la historia parafrasea un poema, cuyo autor es Dylan Thomas, con el objetivo de envalentonar a Cooper, el protagonista principal. Dice, en varios pasajes: “No entres dócilmente en esa oscura noche, que al final del día debería la vejez arder y delirar; enfurécete, enfurécete ante la muerte de la luz”. Esta frase resuena fundamentalmente como introducción a los momentos de mayor clímax, de mayor tensión, donde se requiere coraje y al mismo tiempo templanza, en donde las acciones de los personajes son determinantes. Este mensaje contagia una manera de actuar que si se traslada a la vida misma, resulta sumamente movilizadora. Volviendo a leer o a escuchar esas líneas, uno podría sentirse capaz de superar cualquier adversidad, cualquier desafío, toda prueba. Basta con no entrar dócilmente a ninguna oscura noche, que la oscuridad no amedrente, que el ocaso no nos condene.
Podría decir, en forma acotada, que Interestelar es justamente eso: una síntesis. Hace algunos años me hice un tatuaje de un astronauta en el hombro izquierdo en honor a la película que más me impactó a lo largo de mi vida. Cuando alguien descubre la tinta en mi brazo izquierdo me pregunta “¿por qué te tatuaste eso?” y desde ninguna circunstancia se me ocurre decirle “es una síntesis”, o quedarme elaborando un discurso interminable, más bien explico “es por una película”. Porque la representación es eso, un signo que remite a una película, que es otro signo y encierra (por ser cine) otros signos y juntos significan algo, cuyo significado, puede variar, complejizarse y volverse nuevos signos en una semiosis infinita como indica Verón en sus conceptualizaciones. Entonces, no digo que es una síntesis, ni un signo, ni la representación de la humanidad sobreviviendo a la naturaleza, ni la filosofía del Hombre contra la Nada misma, ni una reflexión acerca de quiénes somos, si seres individuales con una familia o una raza de humanos muriendo día a día para que otros sobrevivan, solamente digo “es en honor a una película que me gusta mucho” y entonces la gente se queda tranquila, pensando en silencio, mirando los colores y el astronauta que está como en el aire, trata de aferrarse a algo y no puede, porque en el espacio exterior no hay nada, fuera de este mundo estamos completamente solos.
Cuando era chico no teníamos un sillón grande. Mirábamos las películas con la luz apagada. Hoy todavía mantengo vivo el ritual, ahora en un departamento a ochocientos kilómetros de mis hermanos, de la casa de mis padres, con el volumen fuerte y la puerta del living cerrada. Así siento que no pasaron cuatro años desde que me fui, o una hora del planeta Miller, porque el tiempo es relativo y los significados de “la mejor película de la historia” son infinitos, me gusta cada tanto volver a verla y redescubrirlos.