"Hay infinitos más grandes que otros infinitos", escribió John Green, autor de "Bajo la misma estrella" y "Ciudades de papel". Me acuerdo de lo que me costó entender ese concepto. Si el infinito se supone interminable, ¿cómo pueden ser unos más grandes y otros más pequeños que otros? ¿Cuál es entonces la característica fundamental del infinito? ¿Puede ser concebida en la vida finita de un ser humano?
En el seminario de cultura popular y masiva de la carrera de comunicación aprendí algo revelador. La noción de la vida moderna es lineal, en un sentido lógico, tiene un comienzo y tiene un final. Mientras que, en la Edad Media, el periodo de la historia anterior a la aparición de las ideas de la Ilustración, la vida era circular. Un estado de convivencia más cercano a la naturaleza nos hacía pensar que aquello que moría daba lugar a lo nuevo. Durante el carnaval se festejaba el embarazo de las ancianas (algo lógicamente contradictorio) y se elegía rey al tonto del pueblo. Todas estas prácticas permitían invertir el estado de la sociedad para luego volver a la "normalidad" fuera del carnaval. Volvían a regir los valores, se mantenían los recaudos y dejaba de estar permitido lo grotesco y lo burdo. La circularidad permitía estas prácticas.
La primera vez que me enamoré podía sentir una plenitud ardiendo dentro de mí. Hazel Grace, personaje de "Bajo la misma estrella", explica que se enamoró de Augustus Waters de la misma manera en que uno se queda dormido: "I fell in love the way you fall asleep: slowly, and then all at once". Primero, lentamente; y luego, por completo. Cuando uno está enamorado siente que ese amor es para siempre, es infinito, es absolutamente poderoso. Y probablemente lo es. El amor verdadero es, en definitiva, infinito. Pero si hay infinitos más grandes que otros infinitos, entonces quizás no sea interminable. Las palabras de los enamorados suelen ser promesas de amor para siempre. Este "fuego glacial", como lo llamó Shakespeare, permite al ser humano sentir más allá de su finitud. Abordarlo de manera metafísica y estar apenas un poco más cerca de las ideas innatas de Platón.
Toda vez que dudo de algún tipo de significado vuelvo al principio: "la vida es circular". Esto me permite despojarme de cierta responsabilidad racional y permitirme observar, como Ortega y Gasset, de un modo idealista. Me posiciono en un lugar en el que soy tan solo un elemento de transformación de las cosas. Si la vida es circular, entonces somos apenas una parte del mecanismo. Somos una parte nimia del Todo de Spinoza. Aquello que sentimos forma parte de una circularidad. Somos aquel ateniense y actuamos únicamente para completar nuestro destino, según Jorge Luis Borges.
Aquí es donde se unen las ideas que propongo. Si la vida es circular, ¿cómo puede el amor ser infinito en un sujeto finito? Todas las veces que me enamoré fueron para siempre porque ese amor lo fue. Puedo reconocerlo porque sé exactamente cuál es la sensación del fuego glacial que arde por dentro. La vida es circular porque todas las historias están condenadas a repetirse. Una y otra vez, hacemos lo que han hecho todos los seres humanos a lo largo de la historia. El sentido circula a través de nosotros. Toda creación es una reconstrucción de otras creaciones. El poema de Gilgamesh es prueba suficiente.
Así, ese sentimiento que surge en el momento exacto en el que uno ama es infinito, no puede desaparecer, tiene la fuerza para sobreponerse a todo, es el motor de la humanidad. Schopenhauer escribió en "El amor, las mujeres y la muerte" que es el próximo sujeto de la especie abriéndose paso hacia la existencia. Es un impulso sumamente poderoso y cualitativo que desconoce la finitud del hombre y de la mujer. Solamente es concebible en una vida circular porque la repetición permite su aparición. Todos los seres existentes y productores de sentido dirán que han amado infinitamente como ningún otro. Y allí, la paradoja: ese amor se extendió en una dirección distinta del destino humano. Si pensamos que existen tantas realidades como combinaciones de átomos posibles, entonces, en una de todas ellas, ese amor persiste.
«Algunos infinitos son más grandes que otros infinitos. Hay una infinidad de números entre 0 y 1: 0,1 y 0,12 y 0,112 y una infinidad más. Por supuesto, hay un conjunto aún mayor entre 0 y 2, o entre 0 y un millón. Algunos infinitos son simplemente más grandes que otros. Me reconforta este hecho. Hay días, muchos de ellos, en los que me enfado con el tamaño de mi conjunto infinito. Quería más números de los que probablemente voy a tener. Y, Dios, quería más números para Augustus Waters de los que tuvo. Pero, Gus, mi amor, no puedo decirte lo agradecida que estoy por nuestro pequeño infinito. No lo cambiaría por nada del mundo. Me diste un para siempre dentro de un número contado de días, y estoy agradecida.»
Green, J. (2012). Bajo la misma estrella (N. Sobregués Arias, Trad.). Nube de Tinta. (Obra original publicada en 2012)
La característica fundamental del infinito es la de una singularidad en una interminable repetición. La vida es circular, y nuevamente, he amado para siempre, por primera vez.