Vaya al primer recuerdo. Al primero que tenga en el que se vea a usted mismo riéndose. Pero riéndose en serio, a carcajadas, con dolor de estómago y lágrimas en los ojos. Vaya a ese recuerdo y sosténgalo. Agárrelo fuerte y procure describir cada detalle. Quiénes, cuándo, cómo, de qué manera. Respóndase todas las preguntas que sean necesarias. Y si no había risas, pero sí lágrimas; y si no dolía la panza, pero si el cuerpo; y si no eran quiénes sino usted mismo; vea bien qué fue lo que lo hizo tan feliz. Va a necesitar ese recuerdo para seguir con el presente instructivo.
Repítalo, sea feliz una vez más. Pero también puede que los quiénes a esta altura sean inaccesibles; puede que los cuándo ya no vayan a volver; puede que los cómo ya no sean los apropiados; puede que el qué se haya esfumado en el aire o que tampoco tenga ya el mismo efecto. Porque ahora mismo acaba de cambiar el quién. Entonces si se tratara de usted podríamos pensar que ya no tienen los mismos efectos todas las cosas que lo hacían feliz, que lo hicieron feliz. ¿Habrá que buscar otras formas?
Haga la búsqueda por el camino contrario. Vaya hacia adelante, observe, imagine qué le haría muy feliz. Si fuera el éxito piense en los objetivos propuestos. Si acaso fuera el dinero no se olvide que vive en un sistema económico de reglas perversas. Si acaso fuera el amor tenga a bien haber leído nuestras instrucciones anteriores, no da luz aquello que se encuentra apagado. Cuando sepa lo que haría feliz anótelo en un papel, o en una pizarra, o en una nota para su recuerdo. Dele forma, dele proyectos, metas, actividades, viva cada día para ello y haga algo muy pequeño cada vez, tendrá la sensación de que una hormiga de felicidad comienza a recorrer su cuerpo. También puede usar la vieja excusa de ser feliz porque alguien más así lo hubiera querido.
Existe la posibilidad que nada encuentre en el futuro. Nada lo motive, nada lo desafíe, nada lo convenza. Está bien, no es su culpa ni tampoco la mía, ni tampoco de estas instrucciones, porque podría tratarse de un fenómeno todavía más grande, que nos determina, que nos moldea, que nos sujeta de una manera inconmensurable: La teoría de las jaulas.
Usted se encuentra dentro de una jaula, está determinada por su cultura, por su lengua, por el sistema de representaciones que lo moldea y que no lo deja escapar. No puede pensar fuera de esta jaula. Su felicidad se escapa de los barrotes y usted queda privado de aquello que no conoce y que podría regocijarlo, tranquilizarlo, darle un vestigio de cierta ataraxia. Vive en cambio, la abulia.
Quedará como única sugerencia, ya no instrucción, emprender el camino hacia el vuelo. Esto que parece un absurdo, es más complejo de lo que una metáfora pudiera simplificar. No podemos escapar de nuestra jaula, sí apenas expandirla. Hacerla tomar otras jaulas de la inmensa existencia significativa (y no). Que la entelequia sea nuestra preocupación, que el intelecto sea nuestro único móvil, que la sabiduría nos invite a cambiar los modos de reconocer la propia existencia y auspiciar un nuevo modo de felicidad. Si todo esto falla, al menos, nos habremos sacudido el polvo de la nostalgia, nos ayudaría a sobrellevar la existencia y nos ayudaría a expandir desde algún lugar estas breves instrucciones inconclusas, con la ayuda de algún libro, de algún paper, de algún sabio.