No pasaba de los diez años cuando papá puso por primera vez ese CD en el reproductor de música, el álbum La biblia de Vox Dei. En casa nunca se escuchaba música fuerte, probablemente porque mis viejos eran muy viejos y los volúmenes altos más que inspirar, molestaban. Quizá esa fue la razón por la que escuchar los comienzos de ese álbum me impactaron tanto. Era la primera vez que en casa se producía un quiebre, una alteración de la costumbre, una ruptura del orden. Los inicios de la guitarra se hacían largos y anticipaban algo inquietante. Recuerdo que la música parecía escucharse como si estuviésemos en un recital por el volumen de los parlantes. La casa era chica y nosotros también, cuando uno es niño todo parece más espectacular. Algo de la letra me perturbaba, no alcanzaba entender si ese tipo de rock era para entretener o para reivindicar algún tipo de religión, porque los nombres Moisés, Goliat, David en las canciones parecían indicar algo que yo, que nunca había hecho catequesis, no alcanzaba a comprender.
Por momentos el volumen se bajaba para dar alguna indicación acerca de quiénes eran aquellos compositores argentinos, sobre su música o lo que estaba generando entre nosotros aquel espectáculo fortuito que se generó por la compra de ese CD. Mientras tanto las baterías seguían insistiendo y las guitarras dando un ritmo sostenido que parecía que nunca iba a terminar, y la música nuevamente se ponía al máximo y todo comenzaba a parecerme divertido. Las voces me resultaban por momentos un poco cómplices, como si sus tonos quisieran transmitirme algún secreto, había algo de confidencia en ese álbum, de alguna forma me hacían sentir parte de lo que se estaba musicalizando, en otros instantes me resultaban un poco chillones y hasta graciosos. Todavía de grande esa sensación me persigue cada vez que elijo escuchar aquel álbum que conocí en mi infancia.
Recuerdo también que la situación temporal me era bastante confusa, no sabía si esa noche de sobremesa estábamos escuchando una canción, o estábamos escuchando varias, todas se mezclaban de manera que era difícil adivinar qué era lo que estaba sucediendo entre las pistas de ese álbum. Cada vez que se adivinaban ciertos cierres de melodías, o el desvanecimiento de la guitarra o el bajo, comenzaba a renacer desde algún lugar una batería que planteaba el comienzo (o la continuación) de una canción.
Recuerdo también pasajes de la letra que me resultaban completamente universales, que todavía cuando escucho el álbum me reconfortan. Frases como “Todo tiene un tiempo bajo el sol, porque habrá siempre tiempo de plantar y de cosechar. Tiempo de hablar, también de callar. Hay tiempo para guerra y tiempo de paz. Tiempo para el tiempo y un rato más”. Con el tiempo mi inocencia quedó junto al volumen fuerte y a los recuerdos, encerrados en el pasado. Sin embargo, ahora no me importa que el álbum sea un relato sobre los hechos bíblicos, siempre que puedo lo escucho y vuelvo un poco a ese momento familiar, a esas sensaciones que la voz, la guitarra eléctrica y la batería me llevan aunque esta vez, en volúmenes mayormente moderados.