El riesgo siempre es la locura. Sin embargo, en la exploración se encuentra la respuesta a la eterna búsqueda del sentido. Este se da por transformación, es decir, en el cambio, en la modificación, en el viaje es que se encuentra el sentido. Nada quieto puede representar. Nada inamovible puede perdurar. Esa es la razón por la cual defendemos la idea de que la vida circular. Lo único constante es el cambio dijera aquel griego. Y en cada transformación es que me muevo hacia aquello que soy. La despersonalización como el encuentro con aquello que uno es.
Alrededor de la primera década de este siglo, conocí a a chica del cabello rosa. Venía a la ciudad de Buenos Aires para asistir a la Feria del Libro por primera vez. Nos encontramos tras varios años de intercambio en línea. Nuestras charlas se gestaron a partir del interés por la literatura. Como siempre, tan enamoradizo, no pude evitar escribirle un poema. Allí exploraba ciertas sensaciones extraordinarias, vívidas y fulminantes impulsadas por su exotismo y por la novedad de encontrarme a kilómetros de mi rutina. Recuerdo que ella mencionó por aquel entonces un álbum llamado Ciencias Celestes del músico Carlos Sadness. Fue entonces cuando, al escucharlo, se me abrieron las puertas de un mundo de bosques y de animales, de selvas y de secretos, de silencios y de musicalidades. Recorrí sensorialmente los peligros y las barbaries del salvajismo. Navegué por un mundo siluetas tenebrosas e intrigantes. Me sentí abrumado de tanta naturaleza. Sentí una extraña conexión atemporal, casi como la de Jorge Luis Borges con aquel ateniense, o la de los místicos con el universo, o la de lo inexplicable con las casualidades. Me sentí en un universo desconocido, pero también acogedor. Jamás volví a verla luego de haber tomado su mano y recorrido los pasillos interminables de aquella biblioteca excepcional. Entonces.
Me encuentro viviendo en la ciudad que antes había visitado. Los últimos cinco fueron años de fabricar rutinas y de saborear la nostalgia. Pero necesito explicar esto: la nostalgia muchas veces es sobre extrañar el momento presente. La rara sensación de una fugacidad irremediable. El tiempo se escabulle como el aire que intento tomar con el puño cerrado. Se fuga y aquí estoy extrañando este preciso instante, este efímero rastro de temporalidad que nunca volverá a repetirse. Además, es por esa razón que existe aquel texto sobre las primeras sensaciones. Porque la vida es circular, pero nunca vuelve atrás. La repetición es del movimiento, no así del pasaje. Es entonces cuando me siento a escribir e intento reflejar la totalidad de estos momentos relacionados entre sí. Toda la rutina de este diminuto espacio personal se ha visto cercenada a partir de la reproducción de aquel álbum. Ciencias Celestes me lleva nuevamente a un mundo que no es nuevo.
Estoy entonces recorriendo en cinco metros cuadrados la interminable biblioteca de antaño. Me encuentro caminando de la mano de la chica del cabello rosa que no me mira a los ojos. Que no me dice nada y corre y corre sin detenerse. Quiero salir a tomar aire, encender un cigarrillo y susurrar que la literatura no lleva a ninguna parte. Pero es otoño y hace demasiado frío, y no fumo, y la literatura no es para nada responsable de mis riesgos. El riesgo siempre es la locura. Estos locos intentos de comprender quién soy, ese movimiento de una ciudad a otra, esa mano que toma la de Araxi, la chica del cabello rosa y que no se suelta, incluso años después sigue recorriendo los pasillos de una feria interminable que parece una enorme biblioteca. Y los viajes, y el sentido, y la transformación me son implícitos, me son autorreferenciales, me significan: me sostienen en este círculo llamado vida que no parece que vaya a detenerse. Pero la vida se detiene. Mas no así el sentido. En la transformación es que se encuentra y la muerte no es más que el último cambio. Intento conocer todos los que soy y definirme. Cada tanto tengo que volver.