La tevé aburría. A pesar del espectáculo increíble que mostraba. Toda mi atención estaba en los nervios. Intentaba controlarlos. Intentaba no perder la cabeza, no salir corriendo, no ser un tonto, ni ser demasiado sabio, ni quedarme solamente sentado, intentaba no sobrepasarme, pero que sientas apenas que busco algo, no quería sorprenderte, solo dejarte cómoda y a gusto ahí a mi lado. Servirte, mas no atorarte. Acompañarte, pero no sofocarte.
Debían ser los movimientos perfectos. Casi como sería un beso de tus labios… Debía ser lento, como un amanecer tuyo a mi lado. Debía ser tierno, sin entrar en cursilerías; debía ser un caballero, sin dejar de ser yo mismo; debía decirte que te quiero mas no asustarte; debía acercarme pero no, no podía.
La tevé aburría. Decidí verte, observarte, mirarte. Te observaba detenidamente. Tan cerca de mí que cada detalle cautivaba mis pupilas. Te seguía observando, me enamoraba más a cada instante. Todo era nuevo, era increíble. Una cena, una cita, vos conmigo. ¿Yo? ¿ahí con vos? ¡Yo con vos! Y mi vista danzaba placenteramente en tu rostro. Veía tu frente y un perfecto flequillo dormía acostado hacia uno de sus lados. Tu nariz era tan pequeña que imaginaba los suspiros como los de un velero al navegar sobre el mar. Y tus ojos estaban perdidos en el tiempo ya cansados de estar solos, cansados de esperar a que alguien venga a despertarlos de aquella realidad que pesa tanto. Observaba tu cuello como el suave secreto de tu debilidad y mis besos que si no estuviesen en mi boca, volarían dejándose llevar por tu sensualidad. Y te seguía observando, te miraba, te sentía tan cerca de mí que no quería dejar de mirarte.
No podía evitarlo, era presa entera de tu cautividad. No quería acercarme, tenía miedo de que te alejes, de que me digas ¡estás loco! y que tal vez hasta tuvieras razón. Porque no sabía de cordura cuando el que te observaba era el corazón. Entonces, tan solo te obervaba ahí, en ese lugar, los dos. Estaba quieto sin poder siquiera moverme, casi sin respirar, dejándome acribillar por tu belleza para que me aniquilasen tus detalles y los suaves destellos de tu bondad. Estaba embobado, ahora lo sé. Cuando me miraste y me dijiste "¿qué te pasa?", podría haber dejado caer la guillotina y decirte que había perdido la batalla contra la suavidad de tu piel, sin todavía haberla tocado. O podía haber apretado el gatillo y decirte que los besos que me imaginé fueron más ciertos que los que hasta ahora había dado. O simplemente confesarte, que acababa de cruzar cupido y no tuvo piedad de mi corazón encarcelado dentro de este cuerpo que solo pide de ti. Podría a tus pies haberme suicidado en ese instante, podría también haberte mentido y decir que nada pasaba, que no significaba nada haberte observado tanto tiempo como si nada.
Simplemente me quedé callado. Miré la tevé que tanto aburría. Seguimos la primer cita, la primera y la más importante de mi vida.
07/02/2013