Tiene que leer algo interesante. Ver una película que lo interpele. Vivir una situación que lo haga reflexionar. Generalmente, estos escenarios no abundan por lo cual simplemente queda agudizar la vista, permitirse ver algo que nos sorprenda, que nos saque del eje rutinario, una materialidad que transmita un posible extrañamiento. Dejarse abordar por lo distinto, por lo errático, por lo minucioso, lo ínfimo, lo invisible, lo oculto, el aparente relleno. Mirar fijo a los ojos, observar los detalles, detenerse en lo quieto. Encender la mirada, controlar los momentos, transformar el rutinario día y el incontenible pasar del tiempo.
(…) Juguemos a la escondida con los transportes, sigamos con la mirada a cada una de las aves,
pensemos como niños en edificios gigantes con caras de monstruos,
calles interminables cargadas de misterio, semáforos psicodélicos,
personajes de ficción con historias increíbles, veredas musicales, (…)
Vamos a poner un ejemplo: ¿Por qué las luces de los semáforos son rojo, amarillo y verde? Enseguida me anoto la idea en algún lado, a veces en la pizarra, a veces en las notas del celular, otras me envío el mensaje a mí mismo. Lo deja sin leer, como un pendiente, como la llama que pudiera acaso encender algo más tarde, un incendio en la dulce noche o una fogata en plena madrugada. Un disparador, una huella, un espacio de silencio con palabras, a un costadito, o encima, no importa. También le da vueltas al asunto, le hace preguntas, lo acosa, lo mira y lo vuelve a leer, le responde, lo llama y lo deja dormir. Alguna noche, cuando las luces se apagan y el silencio simula la atmósfera perfecta para escribir, vuelva. Ensaya su escritura que en cierto modo debe respetar una estructura. Debe hacerla asequible, inmanente, plausible, cómoda:
Una frase descomunal como que "las luces de los semáforos me condenan o que me asfixian". Y ahí desarrolle la totalidad de las ideas, las metáforas, las emociones que le generan. No se quede con lo mundano, con lo esperable, con la obviedad del asunto. Debe descubrirse, casi nunca está a primera letra, frase o palabra. Debe perseguirla hasta la última expresión. Hasta el último rincón de la imaginación, la creatividad debe ser la insistencia, la performance última en contacto con nosotros mismos, el desafío, la exaltación, la disciplina. El no rendirse, no redimirse, no claudicar, no ceder. Un viaje hacia el choque de los horizontes, una rebeldía contra el destino, un afán desahuciado y voraz. Usted debe acometer contra todo el sistema lingüístico y tomar lo mejor de sí; explorar y explotar todos los recursos literarios; hacerse de todas las expresiones que le sean provechosas para su tarea. Luego de todo esto, volver a insistir una vez más.
(…) ahora me armo de improvisaciones, me visto de sorpresas y me acerco al fuego para helarme,
me quedo junto a la pasión para que me tome y haga conmigo lo que quiera, (…)
Usted debe decirlo todo. Dejar la vida en cada construcción oracional. Dejar a la gramática inundar su espíritu y dejar que broten las palabras en un sueño despierto y consciente. Sobre el final déjese conmover por el camino realizado. Permita buscar una salida airosa, rejuvenecida, una puerta abierta hacia la serenidad y las bondades de la paz. Haga de su despedida una oda a la elegancia y la plenitud. Ahorre exageraciones e indague sobre la estética. Camufle su tempestad con mil lloviznas y haga de su ida una invitación a volver. Descanse los ojos del lector en un manantial de notas solemnes y sostenidas. Reconfórtese con la piedad de un respiro llegando a la noche de su letra. Abandone el coliseo triunfante y sagaz, sin devolver la mirada, sin titubeos inoportunos y con las manos vacías de haber dejado la vida en un trozo deslumbrante de poesía.
¿Por qué las luces de los semáforos son rojo, amarillo y verde? Si hace rato la luz intermitente de mi vida es un eterno blanco y negro.
(…) aunque abarrotado de grises.