Había tenido las peores semanas del año
y ahí estabas sonriendo toda ingenua,
me dejé llevar como las primeras veces,
me acurrucaste entre tus ojos y me diste
la inmensa luz de las estrellas, todo era
una canción de piano muy suave y lenta.
Me acuerdo de que había creído en eso
de que la felicidad son sólo unos momentos,
pero esa noche tan cerca, y tan risa,
y tan sueño, y tan nubes, y tan cielo,
es que me di cuenta de que sí existe.
La felicidad, es cierto, está adentro,
pero tuve una revelación, te lo dije,
te pedí que lo recuerdes, sostuve:
Puedo sentirla, es la felicidad,
yo era feliz y ahora soy feliz distinto,
es otra dimensión que nunca había sentido.
Te reíste y prometiste recordarlo,
comíamos y no podíamos creerlo,
era el banquete más rico de toda nuestra vida,
estábamos llenos y aún así continuamos.
Nos acostamos y podía sentir cada nervio,
me iluminé como si fuera una galaxia,
te vi cerca y todo fue deseo, pero eras
la muestra clara de que nuestro universo
continúa expandiéndose todo inalcanzable.
Me quedé cerca, sabiéndome lejos.
Me alcanzaba con mirarte los lunares
como anillos de asteroides que impactaban
en tu rostro cual un lienzo.
Toda aquella noche tuve miedo
de que termine nuestro encuentro,
nunca le temí tanto al futuro
nunca le temí tanto a lo incierto.
Y ahora, desde la misma habitación sin luces,
como en la vasta extensión del universo
es que extraño tu presencia,
tus miradas, tus historias, tus ojos,
tus lunares, tus pestañas y tu pelo.
Es extraño aprender que la felicidad
no solamente son momentos,
sí existe aquella felicidad infinita
solo que nosotros nos movemos
a un espaciotiempo diferente
como seres imperfectos.