Me invadió un miedo infinito
que me decía que no
que en vano, que nada,
que dejarte ir antes era lo mejor
en lugar de observar irte después,
que los domingos en la madrugada
que extrañarte todo el día
que tu risa y tus enormes ojos,
que las complicaciones de la vida,
que las razones para intentarlo
una y otra vez, arrancar a jirones
el dolor y volver a esperarte.
El miedo me detuvo aquella tarde
y me dijo que te abandone,
que me vaya, que no vuelva,
que me odies, que no entiendas,
si total extrañarte cuatro
o cinco días no hacía falta
frente a mil noches y a un vacío
que iba a sentenciarnos
por distancia,
por amor, por rebeldía,
por la ilusión de un voraz intento,
por un adolescente acto fallido,
por una cita para conocernos,
por no evitar incluso antes
una herida
un desacierto.