Vivo días incomprensibles, vanos, superfluos.
Vivo en un enigma, un acertijo, un desacierto.
Es que comprendo y por eso huyo, me escapo, me pierdo.
Serpenteo la incertidumbre, me deslizo, la evado.
Y sin embargo, te veo.
Te quedaste exactamente ahí, como un templo griego,
perenne, inmaculado, etéreo.
Ahí mismo donde quise alejarme, volviste,
o volví y siento que ahora puedo tocarte.
Siento un leve aroma a tragedia, a un heroísmo sin dioses, a odiseas.
Un miedo atroz a los laureles, a los leones, a un ejército sin armas, sin duelos, sin rabia.
A unos cuántos kilómetros y tan adentro el deseo,
tan dentro que puedo solaparlo y decirme a mí mismo que no siento.
Pero ahí sigue a pesar de tanto sedimento.
Cada día despierto y te busco, entre los libros escritos,
a veces en la poesía, otras veces en los cuentos.
A veces me río con tus diálogos, por momentos tus ojos llegan
y dicen "soy solo una fotografía, un recuerdo,
y no puedes verme", y no puedo creerte.
Y quiero quedarme allí mismo, envuelto como un miserable,
rendirte tributo y pertenecerte,
decirte que siento la estruendosa alegría de poder,
de alguna extraña manera, pertenecerte.