Te vi hace mucho tiempo atrás y todavía recuerdo tus ojos silenciosos y profundos.
"Vos eras esa chica", te dije y no lo entendiste. ¿Qué ibas a entender? Si el impacto solamente fue mío.
Después te volví a ver de nuevo. Los mismos ojos así como de orgullosa clemencia. De inmaculado sacro infierno.
Después esos mismos ojos me miraron, me interpelaron de una forma extraña.
No voy a mentir, me inundaron por completo porque sentía que alguna vez ya los había visto.
Más tarde, me miraron muy de cerca, tan de cerca que pude besarlos y aún así no pudieron herirme.
¿Serán capaces de lastimarme? Porque me siento vulnerable y, en cambio, ellos no arremeten.
Están como estáticos, receptivos, como si un haz de luz que me atraviesa pudiera convencerlos de algo.
Suena extraordinario, pero es todavía más difícil de describir. Resulta inaudible, inefable, obstructivo.
Porque siempre fueron esos ojos y vos aquella chica. Y ahora yo soy yo.
O soy aquel, o no soy ninguno, porque estoy desconcertado.
Y quisiera saber si vas a ser la de mañana porque tengo una tendencia infinita a la desazón. A la locura.
Me embargan sentimientos de culpa cuando no puedo reconocerme en unos ojos, en un mañana, en una suerte de destino que me ate.
Quizás un día aquellos ojos, y estos, y los próximos van a ver a través mío y a dejarme sepultado entre cartas o poesías.
Tus ojos son candelas encendidas, siempre fuiste aquella chica
y resulta poético pensar que mi cuerpo venció al tiempo para encontrarme en tu camino.
Vuelvo a verme en el reflejo de tus ojos encendidos y mis ánimos reposan
descansan hoy en un solemne y emérito delirio.