Voluptuosidades líquidas desde Fédor a Han.
Un sinfín de estímulos visuales inasibles
que organizan la pletórica estética inexistente
producto de un rejunte de ficciones moldeadas
arrancadas del mundo de los sueños
y traídas de los pelos al universo material perenne.
Un esperpento plástico de animalidades digitales
nos atrae al mundo inverosímil de la farsa,
de lo escueto, del barullo, la mentira
y la vomitiva expresión de lo angustiante,
un elixir de deseos incumplidos, un mundo apetecible,
lo no humano, lo profano, lo maldito,
el destino mercantil de nuestro espíritu.
La bazofia construida con un hilo
hecho de ruines códigos finitos
que conocen los anhelos más preciados
y nos conducen a ellos, como a Sísifo.
Los albores digitales anuncian nuevos días,
el resplandor de un mundo ya no mítico
sino absurdo, plástico y adicto
en el que admiramos podredumbre perfumada
y al salir de allí nos drogamos con sedantes y vacío.