Tomé el libro que estuve leyendo durante los últimos días,
buscaba desesperadamente el pesimismo de la escritora argentina con el que estuve tan en desacuerdo.
Quería leer que el amor no existe, que nadie puede venir a salvarnos, que la pasión desbordaba en las rutinas oxidadas.
Del único que me banco el desamor es de mi querido gato, él se merece tal privilegio.
Cuando quiere me esquiva los mimos, me mira con desprecio, se aleja de mí y me niega hasta la mirada.
Yo entiendo que me lo merezco y no le digo nada, porque jugamos poquito, o porque me espera todo el día, o porque lo quiero.
Pero hoy quería leer a Leila Guerriero y escuchar mi voz interior diciendo que el amor no existe, o que no me encantás.
Increíblemente me quedaban pocas páginas y leí sobre el mar, sobre la escritura y sobre su departamento de joven estudiante.
Y sentí todo lo contrario.
Me dieron unas ganas de llorar y de escribir, Galo vino a sentarme en mi regazo,
aparecieron unas líneas insensatas y dolidas, un encuentro con mi propio nudo en la garganta.