Después de algunas semanas volví a ser el mismo de antes.
Me acostaba tarde, no sonreía por las mañanas,
no te pensaba todo el día, no planeaba salidas,
no quería escucharte, ni escribirte, ni besarte.
De a poco, me convertí en el mismo tipo.
Ese al que no le importa nada, ni nadie.
Alguien que juega sin ganas con su gato,
o que duerme siestas para ocultar el hastío,
que lee libros que nunca va a recordar,
que no se ríe de los chistes porque
porque son estúpidos, mal contados,
o simplemente porque la risa se fue aquella vez
en que nos reímos de la nada, de todo.
De a poco, me convierto en el de antes.
El que no quería ver a nadie y así estaba bien.
Con sabor a ausencia y a silencio,
repleto de tareas y de aburrimiento,
lleno de ideas y ningún intento
de terminar esa novela, ni hacer un cuento.
De a poco, volví a escribir poesía, a la noche
cuando la ciudad se apaga y solo quedan
los recuerdos.