Lo absolutamente inalcanzable había tocado mi puerta para llevarme a pasear de la mano por lugares impensados. Yo estaba con las pupilas exacerbadamente dilatadas a causa de aquellas sensaciones que noté que incluso había olvidado.
No voy a quitarle mérito; escribo hoy por ese impulso que supo regalarme como si de un soplo de vida se tratara. O será en verdad la cercanía de la muerte la que me obliga a buscar la manera más desesperada de sobrevivir. Siempre fue así. Por otro lado, no recordada la paz que brindaba estar recostado en el vestido de una agradable compañía cuya desinteresada manera de querer me devolvía la fe y la seguridad que me habían arrebatado a pura traición en los últimos años.
Y ahí estaba dando lo que recibía como para que no existan los reclamos. Cuando todo se termine. No quedará nada de nosotros.