Me habías preguntado cómo sabía que me gustabas tanto.
Era de esas preguntas que buscan inducir al error para descubrir una mentira.
Y no me sorprendió porque una de las cosas que hacían que me vuelvas loco era tu inteligencia.
Recuerdo esas primeras charlas en los cafés de Almagro,
cuando yo relataba algún que otro pasaje de autores que había leído
y vos me mirabas fijamente para después perder tu mirada en algún recuerdo
o en un profundo análisis de lo que te había comentado.
Esa expresión de interés mezclado con intensa y lejana reflexión
me cautivaba de una manera inexplicable. No sé si por el misterio que encerrabas
o porque en los tiempos que corren cualquiera hubiera tomado el celular
para ver cuánto tiempo faltaba para meter alguna excusa y salir corriendo.
Eso, solamente si antes no venía alguna notificación
para encontrar una mejor oportunidad sobre fútil contenido.
Y me preguntabas por qué me gustabas.
La pregunta correcta hubiera sido "¿desde cuándo?".
Porque no estoy seguro si comenzó cuando supe que escribías
de esa manera tan trágica que caracteriza a las personas
de personalidad transparente y honesta,
que no se dejan llevar por los endebles gustos ordinarios
de las palabras bonitas y los recursos trillados
en citas de anónimos autores.
O quizá me habías empezado a gustar
cuando me contaste sobre tu vida,
sobre tus sueños de descubrir cosas
que hagan la vida más digna para la humanidad.
Porque si un sueño está por encima de nuestro beneficio
sin dudas que un alma altruista
habita en ese cuerpo desinteresado por sus propios méritos.
Y me preguntabas por qué.
No voy a negar que también tu rostro me invitaba a recordarte todo el día.
Con esas muecas en la sonrisa que simulaban dos comillas españolas
dando paso a una luz que pacifica lo que encuentra a su alrededor.
Y ahí me quería quedar yo.: Entre tus labios que sabían leer mucho y besar poco.
En esa ternura envuelta en una conciencia contemplativa.
Porque aunque amable siempre atenta. Aunque bella siempre lista.
Creo que todo empezó mucho antes de que pudiera darme cuenta.
Por ejemplo, viéndote por primera vez estando aún de espaldas
y reconociéndote luego por tus pañuelos de colores.
¿Ya te dije que mi preferido es el azul?
Tu voz colaboraba en ese cóctel de atracciones ineludibles,
porque ni siquiera sonabas a vos misma.
Pareciera que hablase aquella chica que con seguridad
cumplió todos sus objetivos y orgullosa hoy viene a contar
acerca del éxito futuro. Y no dudo que tenga que ver con eso.
Siempre pensé que estabas rodeada de algo mágico.
Entonces, te propongo replantearte la pregunta, hasta por tercera vez.
¿Hasta cuándo te gusto?
Creo que no hay respuesta certera en los primeros días,
en los primeros meses, en los primeros años.
Pero si aceptás el desafío podemos ir a buscarla de la mano
libremente para encontrarla juntos y quién sabe, con el tiempo,
llegue el día y dejemos de hacernos
innecesarias preguntas sin respuestas.