La renuncia no es en ninguno de los casos
un abandono.
No es fastidio, ni debilidad, ni cobardía.
Es acto rebelde y romántico de negarse
a lo que sea, a lo que no sea.
Es la afrenta de lo indecoroso,
es la venganza contra el impuesto,
es el motor del regreso
y el rechazo de lo burlesco.
La renuncia es un acto de nobleza
cuando el quedarse pesa
en los hombros del ruin,
en el pecho del absurdo
y en la mente del estrecho.
La renuncia es el último bastión
que resiste al sometimiento
es un aviso de vida,
es un escape a la muerte,
es el intento de un poderosísimo regreso.
La renuncia es en todos los casos
un vil reflejo necesario para que exista
el anuncio de algo nuevo
la evasión de lo impreciso
y la fuerza de un comienzo.