¿Por qué no escribo cuando estoy feliz?
Es la pregunta de todos los lectores.
¿Por qué la sonrisa no juega a hilvanar un verso?
¿Por qué explotan las palabras cuando duele?
¿Por qué los ojos lloran letras y miedos?
¿No puede la gramática referir el contento?
¿No inspira la risa acaso un argumento?
Quisiera reír e ir a escribir, decir por ejemplo,
que hoy fue un lindo día, que el gato y el viento
estuvieron tranquilos, que ese té estuvo rico
y que los chipacitos salados, calientes y eso,
me hace escribir con un calorcito en el pecho.
Pienso en mi viejo, mis hermanos, los quiero
y toda persona querida, se convierte en nostalgia,
¿cómo evito la pena y el sosiego? Les digo
que un día estaré de nuevo con ellos, en tanto
miro a lo lejos y veo en parte cumplidos mis sueños,
me miro a mí mismo, me veo en cada palabra,
me pienso y veo también lo que soy, mi reflejo,
me gusta sentirme distinto y a la vez el mismito
que un día emprendió el camino a lo lejos,
me hace feliz saber que lo hicimos, que alcanzamos
algunos de los tantos objetivos propuestos.
Y vuelve la misma pregunta de nuevo
¿Por qué no escribo cuando estoy feliz?
Y yo respondo que aunque diga muchas cosas
no son parte de un estilo, ni literario, ni poético,
ni ninguna de las cosas de cuando escribo
son solo expresiones de la cotidianeidad,
de mi conducta desbordando de cariño,
de la conciencia plena de felicidad,
por eso no se escribe cuando uno está contento
en el afán de sentirse cual burbujas de risa
es que se escabulle el implacable escritor
aquel que es llamado cuando el silencio aturde
y perdemos el don de la contemplación.