Perdí el control de lo que una vez me había prometido,
me dejé llevar por el sinrumbo de la razón intachable,
de la demanda rutinaria y específica, del deber hacer,
del perfecto estimado oportuno y metódico, ese mismo
que se instala como mandato, como lo correcto,
como lo humano, lo salubre, lo necesario, manifiesto.
Perdí el absoluto control, me abordé de realidad infinita,
colapsé todos mis razonamientos de avaricia,
la búsqueda exacta de las justificaciones, la evidencia empírica.
No dejé lugar a las dudas, a la posibilidad, a la fantasía.
Me descubrí grisáseo, apagado, cuadrado y duro,
un positivista, un escéptico, un cientificista.
Perdí definitivamente y para siempre el control
ya no tengo salvación, no me queda nada,
solo la supervivencia de la vida, una casa,
un auto, las mascotas, la sombra del árbol,
la vejez, la jubilación pretendida, una espera infinita.
Quién sabe de qué cosa, quién sabe por qué cosa, quién sabe.