Yo que me la daba de tranquilo, de paciente, de inmutable, de ataraxia pleno;
yo que me consideraba esquivo, intachable, taciturno, de descanso luengo:
Heme aquí en incansable lucha contra mis propios ruegos,
aquellos de quedarme encerrado entre cuatro paredes de inmaculado sosiego;
para partir detrás de tus arrebatos, de la enfrenta de tus miedos, de correr,
y correr, y correr, y correr, como en aquel recuerdo de lluvia y de risas,
de sentir que todo se movía y que lo único estable era
afuera el mundo cayéndose a pedazos, todo desarmado, todo desalmado.
Yo que me la daba de controlarlo todo, de conocer cada movimiento del presente,
no sé qué va a pasar mañana, y ya no me asusta, ya no temo, o sí lo hago,
pero con inmensa voluntad de espantarme de sensaciones infinitas,
encantado de chocarme contra los acontecimientos como altercados,
de caer entero y de cabeza hacia un abismo de contingencias,
enredarme en insomnios, abordarme de poesía y embriagarme de incomprensiones.
Yo que toda la vida perseguí la previsibilidad, la posibilidad, lo necesario,
ahora me armo de improvisaciones, me visto de sorpresas y me acerco al fuego para helarme,
me quedo junto a la pasión para que me tome y haga conmigo lo que quiera,
porque si esta vida merece la pena entonces no es entre algodones ni con hilos de seda;
es exactamente la consecuencia del caos, la inmensidad de lo azaroso, la Vorágine total.