Toda vez que la desesperanza tocó mi puerta
ahí estaba la inspiración para recibirla,
le invitaba a pasar, a sentarse,
y a discutir en términos literarios
la poesía.
Nunca tuve la desdicha de confrontarla
siempre eran charlas silenciosas y tenues,
una negociación fortuita
de puro desahogo.
Intercambio de grises borroneados y finales dulces,
que la paciencia logró afinar y revestir
como de Darío, aquellos cisnes.
Mas esta noche no toca mi puerta la desesperanza
sino la violencia y la insistencia,
entre ataques de pánico, de ansiedad,
sensaciones de angustia y de prisa,
de inmediatez, de relojes de tiza.
Y no alcanza la poesía, ni los versos,
ni las descripciones, ni las líneas.
Por primera vez mis armas no pueden hacer daño,
no matan, no lastiman,
me pierdo en un abismo sin final,
sin tiempo, sin vida.
Muero de a poco y por primera vez temo,
por primera vez mis versos no alcanzan,
increíblemente no brindan consuelo
por primera vez y ahora para siempre
no alcanza la poesía.