Suena un concierto de cellos y me detengo a escribir
lo hago un domingo a la semana antes de poder dormir
se me vienen a la mente los tópicos de repente
los anoto en blocks de notas y los dejo construirse
para cuando están listos comienzan a describirse,
y como dijo el gran Cortázar yo únicamente transcribo
los cuentos ya están escritos como en Vivaldi los ritmos.
Y acerca de la Bondad ahora me toca decir
que no siempre es positiva, no siempre ayuda a seguir,
cuando uno ofrece a alguien su desinteresada ayuda
puede cometer el error de ofrecer agua en plena hambruna,
de dar a un pobre esclavo unas cadenas más largas,
de ofrecer a un ave poder salir de su jaula,
sin saber que hace tiempo le habían cortado sus alas.
La bondad, como una lástima, perjudica a quien la recibe
no le da seguridad ni tampoco es que le exige
superarse, salir de ahí, tratar de ir para adelante.
No crecen los músculos sin fatiga, los equipos no ganan
ningún torneo sin haber perdido en su vida,
no mejora la humanidad sin el error y sin lo adverso
no precisa la bondad convertirse en un sustento.
Ahí radica la maléfica bondad, la que ofrece la mano
pero te quita las piernas, te lleva en alzas y te deja sin fuerzas,
si me ofreces tu ayuda, hermano, solo te pido que sea
un empujón de ánimos y que luego me sostengan mis venas.
Y si te ofrecí mi asistencia, pero luego te dejé solo
no me hagas por favor culpable de tus falencias
ni tampoco me hagas cargo de tus modos.
Los cellos se callan y al final de la noche este escrito termina,
el domingo se muere y la maléfica bondad al fin ha sido descrita.