Te advertí que en términos estéticos éramos incompatibles
y ahí estabas rebelde y contraria como siempre,
contra todo pronóstico te quedaste, quién sabe,
si lo hiciste por orgullo o por vergüenza, quién sabe
cuánto querías demostrar o cuánto querías tener razón.
El problema no es que te hayas ido, si no que antes,
exactamente unos días antes, me habías convencido.
Y te esperaba el fin de semana siguiente con algún plan,
con alguna historia, algún consejo, o alguna excusa
para ir a buscarte y contarte todo lo que no tuvimos tiempo,
lo que se nos escapaba de las manos y se nos iba
en cuatro o cinco mensajes después del desayuno,
en cuatro o cinco mensajes antes de dormir,
en cuatro o cinco noches en que me invitaste a soñar,
a vivir lo inexplicable, lo virtuoso, la mayor experiencia estética
que jamás imaginé vivir y sin embargo me hiciste conocer.
Y después te fuiste.