Desde que escuché por primera vez el vocablo del que hoy pretendo hacer voz,
dejé de reconocerme en alguien, ya no me interpelaron las acciones,
olvidé la compasión, no pude involucrarme sentimentalmente,
ya no me emociono, nunca volví a conmoverme,
ni a sentirme movilizado, dejé de sentir contemplación,
ya no sentí conexiones, ni pretendí explicar mi tipo contacto,
ni supe dar a conocer implicancias internas,
tampoco hacer saber cuánta importancia me generan, ni cuánto desinterés,
las personas, las situaciones, el mundo en sí mismo.
Desde que escuché por primera vez el vocablo del que hoy pretendo hacer voz
ya no pude usar otra expresión para decir un sinfín de cosas,
para descifrar la pasión humana, para decirlo todo,
que no sea la de sentir Empatía.
Y quizás es justamente porque nos estamos volviendo
cada vez más empáticos y menos sensibles.
Una horda empática de insensibles a la cuestión humana.
Una república de seres que claman Empatía y no sienten absolutamente nada.