Con el tiempo, perdemos la capacidad de observar detenidamente las cosas agradables del entorno.
Cada vez que viajamos a un lugar distinto nos maravillamos con sus paisajes,
sus costumbres, sus personas, sus rasgos, cada una de sus características,
somos pasibles de sorprendernos, estamos predispuestos sensitivamente,
nos maravillamos, encontramos detalles y descubrimos la felicidad.
Cuando volvemos a crear rutina, cuando giramos en círculos,
en el momento justo en el que nos acostumbramos,
dejamos de jugar, ya no sentimos, ya no observamos.
La posibilidad de sorprendernos se anula, se suspende, se obnubila,
es cuando el desafío se convierte en supervivencia,
el instante en salir a sorprender la vida en sus momentos más inoportunos.
Juguemos a la escondida con los transportes, sigamos con la mirada a cada una de las aves,
pensemos como niños en edificios gigantes con caras de monstruos,
calles interminables cargadas de misterio, semáforos psicodélicos,
personajes de ficción con historias increíbles, veredas musicales,
Dejémonos ser libres, permitamos a la creatividad tomar el rumbo de los días.