Desde lo más alto nos observan, nos repelen y condenan. Tienen la educación, el poder y lo ponderan. Miran hacia abajo sólo cuando se les cae algún pañuelo. Y lo dejan ahí tirado, porque está sucio, porque está muerto.
Yo no pido demasiado, estimados, tan solo quisiera acercarles un mensaje, que no es nuevo. Apenas que miren hacia abajo y que no juzguen de primeras, porque quizás antes que el miedo, está la necesidad, la confusión y el desvelo.
Todo ello causado por el hambre, por el intento fallido, por el trigo que no crece en este suelo. El humus estancado en los intereses de su cielo, que crece para sus adentros, dónde no existen desperdicios, sino precios.
Y acá nos rebuscamos como podemos, leemos con tristeza a José Ingenieros quien nos dice que somos mediocres por buscar el pan en lugar de perseguir el ideal primero.
Y duele porque nuestros hijos también son eso. La sociedad que no mejora, la que se degrada y retrocede. La culpa que no nos perdona.
Los problemas no son los mismos allá arriba que acá abajo, no nos interesa tanto el dinero como piensan. No queremos tu limosna, si queremos tu respeto. Un par de derechos y un modesto trabajo para cuidar de nuestro techo. No deber favores, un poco de paciencia y la oportunidad de educar a los que estamos de palabras algo escuetos.
Al final no es una lucha de clases, ni una grieta, ni dos partidos, es más que eso, yo veo una montaña de mentiras en la que el hombre se pelea por llegar más arriba, matando al propio hombre, de la misma forma que se destrozan los animales en el monte.