Papá me contó cuando cumplí 20 años que él se fue de Buenos Aires en busca de tranquilidad. El día que me fui de Mercedes me dijo que no debía hacerlo porque una sociedad de consumo como la capital me iba a absorber el tiempo, la vida.
Las personas no estamos hechos de lugares, esos son los territorios. Estamos conformados por ideas, por emociones, por sentimientos. Cada vez que buscamos la solución al problema fuera de nuestro interior se nos hace imposible resolverlos.
Me hubiera gustado no ser hijo de mi padre. Si no su mejor amigo a sus 20 años. Abrazarlo y decirle "sos un gran tipo, vamos a hacer esto juntos, no necesitás irte, podés quedarte, yo te ayudo".
Hubiera querido que mi viejo gozara de la paz que tengo yo. Quizás el preparó mi momento. Con su experiencia me abrió el camino hacia la gran ciudad. Me invitó a la aventura porque últimamente sabía que debía equivocarme a pesar de sus consejos. "Dejame equivocarme" le dije cuando me fui.
Un día volví y le conté mis historias. Las risas se hicieron lágrimas. Lo vi viejito y me tembló la voz. Me enseñó estoicamente que él eligió su camino. No sé si fue para alivianarme la pena o su alma hablaba desbordando dignidad en cada uno de sus latidos.
Pienso en volver cuando haya encontrado la respuesta. Porque la paz está en los seres y no en las cosas o los espacios. Va a tomar tiempo. No tengo apuro en irme. Apenas acabo de volver.