Toda vez que se acerca la lluvia un mundo de recuerdos se abalanza sobre mí. Es que los grises invitan a detenerse y a reflexionar, nunca entendí a la gente que dice “qué feo que está el día”. Casi nadie se da la oportunidad de hacer esa introspección, preparar algo caliente y observar cómo huyen las nubes en el cielo por consecuencia del viento. Por momentos siento el olor a tierra mojada y el sonido de las chapas por encima del cielo raso de machimbre. Pero entonces me doy cuenta de que estoy en Buenos Aires, y mamá no prepara torta fritas, y papá no está en la cocina con su mate amargo. La lluvia invita a reflexionar y a veces tengo que pensar que ahora el mate amargo lo preparo yo, y a mí nunca me quedan tan ricas las tortas en la cocina.
El gato merodea la casa como si también buscara algún recuerdo. Los paraguas caminan apurados por la calle, los vidrios empañados de los edificios revelan una vez más que, para la gente, “el día está feo”. Cuántas veces caminé bajo el agua y me reí del resto que huía como si la ropa húmeda no se secara, como si escapar fuera una solución a aquello que nos rodea, que nos obliga a detenernos. La pava está a punto de hervir y entonces escucho en mi cabeza la voz de mis hermanas diciendo “¡el agua!”, como si hervirla fuera un crimen.
Cada una de las gotas que caen refrescan mi memoria y ahí estoy en medio de la calle besando a alguien a quien años después no volvería a ver jamás. También estoy jugando a la pelota en el barro que arruina cualquier intento de armar una jugada seria, me resbalo, caigo y me río hasta que me duele la panza. En otro recuerdo estoy llegando tarde a mi trabajo con el pantalón y la camisa húmedos y reprochándome que nunca consideré importante llevar paraguas.
La lluvia tiene una mística especial que comienza incluso con el pronóstico de los días anteriores. De antemano me preparo para no hacer planes el día de la precipitación. No quiero que esa sensación que me invade por completo me encuentre ocupado haciendo algún trabajo administrativo o incluso estudiando para algún examen. Intento capitalizar esas emociones en buenos momentos, acompañado de los truenos lejanos y las luces de los relámpagos efímeros.