Cuando era un niño exclamaba a los gritos
que cada día era el más feliz de mi vida.
Por ejemplo corriendo a través del monte,
o colgado de un cable girando alrededor de un eucalipto,
tirándome en cochecitos por el acantilado de la avenida,
en un picnic, en un partido de fútbol, en una escondida.
Tenía la risa fácil, los ojos iluminados todo el día,
la esperanza intacta, la amistad encendida.
No sabía lo que era la tristeza y ahí estaba riendo.
y repitiendo que cada día era el más feliz de mi vida.
Todo se volvió dificil con el primer objetivo.
Un título universitario que nunca llegaría
La productora que más tarde fracasó.
El laburo soñado en que solo estuve un año.
La vida independiente que me enseñó de soledad.
La vida de soltero que nunca más supo de amor.
Cada objetivo fue un camino inevitable hacia el fracaso.
Si nada hubiera querido, todavía estaría corriendo detrás una pelota,
o sentado en un picnic comiendo Banana Split,
o tropezando en el pasto para gritar
que cada uno de mis días es el más feliz de mi vida.