Desborda mi pecho y no cabe el corazón en el cuerpo.
En el equipo de música suenan y suenan poesías castellanas, pero la ansiedad golpea la puerta,
me dice que apague todo y que escriba.
Las sensaciones dan vueltas, se suben por las paredes de la habitación de alquiler.
Algunas cuelgan del techo y me miran como esperando que las libere.
Yo las describo y caen rendidas para dormir sobre mi almohada.
Otras, están ahí, no las entiendo.
No quieren mostrarse tal cual son. Y se retuercen.
Las invito a salir. Les digo que no tengan miedo.
Pero no temen. No es eso.
Quizás el que tiene miedo de escribirlas sea yo.
Decir por ejemplo que a veces me siento tan pequeño, que necesito a alguien diciéndome todo va a estar bien.
O explicar que nunca tuve la seguridad necesaria para enfrentar la vida, que la evitaba.
También detrás de la puerta está esperando mi otro yo, para decirme al fin me aceptaste.
Cierro la puerta. Dejo de escribir. Hay poesías que todavía no puedo publicar.
Entonces vuelvo a dormir.