Para emprender el ligero vuelo hacia la pretensión de algún tipo de estima o enamoramiento, uno debe haber pasado ciertas pruebas o adversidades.
Las fotografías mienten desde la época de los daguerrotipos, ya que la luz impacta sobre los cuerpos de manera aleatoria enseñando rostros que no hacen justicia a la veracidad de sus semblantes vivientes. Es entonces necesario un acercamiento en primera persona, un encuentro real, para no caer en el yerro del encanto digital.
El intercambio inminente de misivas genera una dependencia determinante que, más tarde, ante la continuidad de las rutinas o la perdida del interés por lo nuevo, devenido en rutinario, se va esfumando como una copa de agua entre nuestras manos.
Es fundamental dejar correr, dejar volar, dejar ir al tiempo, para que con su eterna posibilidad nos enseñe cada una de las dificultades que a esa ilusión puedan tornar una corpórea realidad.