No quería escribirte. Entiéndase en todos los sentidos de la palabra. No quería hacerlo. Cada vez que caía en ese juego una esperanza despertaba en mí, y me reía a carcajadas de mi suerte. No quería escribirte, pero acá estoy pensando en tus ojos que sueñan y que no me ven. Porque puedo jurar que no me ven. A lo sumo me imaginan, aparezco joven y distendido. Por eso digo que no me ven. Y veo tus ojos y grito en silencio que ése no soy yo, ¡pero cuánta luz!. Me advierten vulnerable y yo empiezo a creer en todo aquello que me dicen. Simulo bailar a tu alrededor mientras usás una remera larga y te reís, te reís tanto que me olvido de todo y río con vos. Me duele la panza y tu abrazo es cálido. Por eso no quería escribirte. Porque imagino escenarios catastróficos. ¿Quién va a hacerse responsable después? Cuando tus ojos ya no tengan esa venda y yo me aparezca como el hombre de proyectos incumplidos. Por eso no quería escribirte porque cada respuesta se presenta como un universo de posibilidades, y en todas, te juro que las vi absolutamente todas, y en todas ellas soy feliz. Pero temo, que tus ojos tan abiertos y tan nítidos encuentren la verdad detrás de tantas risas. No hay nada de aquello que nos prometimos. No quería escribirte y acá lo estoy haciendo como un loco intento por dejar de pensarte y de sentirte tan cercana. No quería escribirte cuando estaba tan tranquilo con ella, porque sabía que tu respuesta era una vuelta a la intensidad de la vida manifestándose ardientemente. No quería escribirte porque soy un miedoso, soy un cobarde, quería ir por la vida sin sentir, sin mirarme al espejo y contemplarme decididamente desnudo. Sin la vestimenta que impone la autoestima, esa que tanto me costó construir. No quería escribirte en medio de estos delirantes intentos de volver a dormir y alejarme de mis insistentes arrebatos de poesía. Quería que fuera diferente. Me gustaría que fuera diferente. Y acá estoy escribiéndote.