El efecto es similar al del aleteo de una mariposa que genera un huracán del otro lado del mundo.
Ese actúa sobre el mundo, sobre los acontecimientos; en cambio, el efecto Paula actúa sobre mí.
Al comienzo, una sonrisa instala cierta duda, más tarde, se torna hacia lo inevitable: una seguridad.
La de quedarse. Porque como dice Risto Mejide, "con la puerta abierta nadie se va".
Y ahí estoy observando la puerta abierta sin entender bien qué sucede.
Y por primera vez: no importa. Escribo sin el peso de las palabras. Fluyo.
Inentendiblemente funciona. "En muchos niveles". En todos.
Hacemos una fiesta de libros y poesía. Pelea de almohadas. Nos reímos hasta que lloramos.
Y ya no, de tristeza.
Nuestro reloj no funciona. A veces dan las dos; al poco tiempo, las doce.
Ya no confiamos en Cronos.
Nos vemos siempre. Hasta cuando no estamos juntos.
El efecto perdura por varios días. A la mañana con el primer mensaje.
A la tarde con un par de anécdotas y a la noche con una despedida.
Salgo de casa sin fecha de regreso, porque cuando lo haga voy a querer salir otra vez.
Siempre quiero salir. Y no solo a su encuentro; a mi encuentro conmigo.
A veces me hallo en una costanera; otras, debajo de un árbol; también, cantando juntos.
Me encontré en el lugar que nunca pensé en ir a buscarme.
Me encontré fuera. Recitando poesía a las dos de la mañana.
Me encontré entre quince almohadones. O siete, no importa cuántos tiene.
Me encontré en su silencio cuando le conté de mis miedos.
Y me volví a encontrar cuando me miró a los ojos y me dijo "no te sientas obligado a nada conmigo".
A veces me pierdo. Cuando cierro los ojos y la abrazo me pierdo, ya no sé dónde estoy.
Si es que estoy en un "ella" o en un "nosotros", es que el Efecto también te desarma un poco.
Hasta para describirlo cuesta un poquito, las palabras se tropiezan, se caen.
Y al final vuelvo a empezar porque el efecto Paula
es como el aleteo de una mariposa:
pero del otro lado de mi mundo lo que hay es un huracán que susurra su nombre.