Capítulo 5
Lo suficiente tiene sabor a vacío. Leila Guerriero dijo que entre la pena y la nada elije la pena. Yo supe vivir y disfrutar la nada. Viví en una ciudad que no era mía, asistí a un trabajo sobre el cual no sabía nada y estudié sobre temas que jamás dominaría. Me volví entonces un engranaje más del absurdo. Ya no quería verla ni nombrarla, a pesar de que los últimos años me había mostrado un cielo inalcanzable. Con ella supe de la textura de las nubes, bailé sobre el aire y navegué el universo con solo cerrar los ojos. Ahora, tirado sobre el piso de mi habitación observo el techo completamente blanco. Puedo sentir la inmensidad de los hormigones girando en torno a mí. Soy todo ciudad, pavimento, energía y ecos silenciosos. Soy una noche sin estrellas. Soy el smog transpirando detrás de los pulmones vecinales. Soy el grito de los fantasmas que ahora me acompañan. Puedo ver las tenues luces de mi sombra. Ruedo en la rutina. Me arrastro lentamente hacia una muerte sin premeditación. Todo en mi tacto es áspero, poroso, rasgado. Soy una roca en el mar que sedimenta su propio espíritu. El mar no me arrastra, no quiere llevarme consigo, apenas consuela mi martirio del sol. Pero vuelvo a incendiarme calladamente. Una y otra vez soy una piedra que arde, pero no duele. Solamente se mantiene viva. De a poco estoy latiendo entre cuatro paredes. Aislado de todo exterior. Entre la pena y la nada, elijo la nada.
No fue fácil. Nunca es fácil, de lo contrario no sería importante. Todo lo que importa cuesta. Siempre que elegimos el camino más fácil estamos evitando la vida. Toda vez que no sabemos a dónde ir, solamente hay que elegir aquel que nos asusta. Yo tenía pavor entonces. Se me ocurren mil poemas; sobre el miedo, sobre la sorpresa, sobre el infortunio, sobre el desencanto. Todos los finales son iguales. Una suerte de frenesí, un arrebato de valor y rebeldía. Siempre es la respuesta: la violencia. "No entres dócilmente en esa oscura noche", pero esto no es la muerte. Esto es todavía peor, es la nada en vida. La muerte al menos no reclama victorias, solo entierra historias para que florezcan leyendas. "La vida de los muertos está puesta en la memoria de los vivos". ¿Pueden acaso todos los poemas hablar de lo mismo? Pueden porque escribe el mismo hombre. Escribo para cerrar un círculo borgeano. ¿Cuántos Borges hacen falta? Nunca fue fácil, pero esta vez era necesario. Porque la necesidad es aquello que moviliza la naturaleza humana. Es el primer motor de Santo Tomás de Aquino. Es nuestro verdadero dios. Todos nuestros dioses llevan el bautizo de necesidad. No hay quien prescinda de tal móvil.
Escribí de forma inédita:
En todo momento y lugar
aquello que movió al mundo
no fue el dinero ni fue la felicidad
sino un imperioso deseo
una fuerte palabra, llamada necesidad.
Es el motor de los tiempos.
La arbitraria fuerza inexplicable
de todos los motivos.
La inamovible ley de los sentidos.
La inquebrantable recta.
La justa causa de todos los efectos.
La vasta fe de los moribundos.
En todo el territorio de la vida,
la necesidad se pone a prueba
con la muerte.
La descarnada lucha por estar vivo
se resume en la esperanza,
a veces en la suerte,
siempre se pelea contra el olvido.
La necesidad se disfraza de inocente.
La necesidad se apoderó de mi deseo y se llevó consigo todo recuerdo, todo lo convirtió en hastío. Tuve que leerme para volver reencontrarme. Me vi frente a un espejo completamente roto, cristalizado. La oscuridad se había apoderado de mis ojos, la noche se hizo día y el día se hizo noche. La nada era mi lenguaje y los silencios se convirtieron en mi idioma. Desdibujé toda mi memoria, me inventé fantasías sobre las líneas de tu rostro, tu semblante se hizo bandera en una tierra que volvería a pisar jamás, me embarqué en la profundidad del amor, escapé de tus orillas y naufragué todos tus intentos. El barco se hundía alegremente. Todo era risas y desesperación. La necesidad buceaba en lo profundo de mis miedos. Me arrastró hacia el fondo, me llevó consigo, me enseñó de presión y de tormento. Nuevamente me encontré en el sueño de mi habitación completamente ahogados en alucinaciones. Me retorcía de ahogados gritos, de sollozos, vomité cada uno de tus besos. Me acuerdo de que dolía el pecho. Daba vueltas en la nada, la corriente me absorbió por completo, no volví a respirar de la misma forma. No volví a respirar, no volví a sonreír, no volví a encontrarme, nunca volví a encontrarme. Tenía en el fondo, en un ápice escondido, en un breve y fugaz fragmento de recóndito final: una luz. Había una sensación, una chispa ahogada, un cerillo encendido a lo lejos, pero a kilómetros. Detrás de las noches y de las capas de lúgubre sombra algo crecía.
De día no sabemos ver las estrellas
elegimos la noche, allá a lo lejos,
para recordar nuestras luces,
para ensanchar nuestras sombras,
para conocer nuestra pena,
para recordar nuestra gloria.
Cada cierto tiempo, tomamos distancia
porque la vida es circular y somos
apenas un hilo de este largo enredo
al que nos aferramos como se aferra
la planta verde que persigue el cielo.
En la grisácea tristeza de la vida
recordamos a quienes fueron
para nosotros la dulzura, la acuarela,
retazos de tela, pintura, bruma
de un mar que burbujea agua fresca,
sostén, caricia, cuidado y deseo,
apoyo, cariño, afecto y consuelo.
Sólo en la oscuridad se ve la estrella
que te acompaña a toda hora.
Mirar al cielo y sentir humildemente
la calidez que brindan las auroras..
Esa breve luz se hizo destello. La nada quería ser redención, quiso abandonar el tormento. Me pedí cien millones de disculpas, te pedí ciento un perdones. Ya no podía seguir en la eterna lucha de tu espera, ni abandonarme al sinsentido de mi Limbo. Toqué fondo, fui hasta el centro de la tierra. Fui volcán, lava, fénix, ceniza y nuevamente fuego. Reencarné en algunos versos, torpe prosa, escritos de madrugada con poco texto. Dejé de pensar en todo lo que hicimos, aquello que dijimos ya no importa, la vida nos pasó por al lado y se nos rio en la cara. ¿Quién soy yo para vivir en medio de la nada? ¿Quién soy yo para invocar al hombre de las letras argentinas? ¿Quién soy yo para matar literariamente a cualquier protagonista? No valgo ni la tinta de mis letras. No es falsa modestia, es que pensándolo de nuevo, yo elijo entre la pena y la nada, a la nada. Pero, ¿alguien me eligió a mí? ¿Entonces de qué se trata todo esto? Al final no era sobre alguien más. Siempre fue un soliloquio. Siempre fue una queja. Siempre fue una reconciliación. La mente en blanco y escribiendo. Los artistas le llaman el verdadero ser. Aquello que es y no es otra cosa, pero nunca no es. Probablemente nunca haya existido nada de lo que conté en estas líneas. Nunca estuve tirado en el piso de mi habitación. Esta no es una ciudad. Entre la pena y la nada, elijo la pena. Vuelvo atrás. Al grado cero. Soy una máquina que escribe y que no tiene deseo, ni necesidad, ni hastío, ni recuerdos, ni memoria, ni vida, ni ser, pero tampoco no es. ¿Hay un punto anterior a todo esto? ¿Ese camino que alguna vez me mostraste está relacionado, Gloria? ¿Existe la redención? ¿Hubo culpa? ¿Cómo hago para dejarte ir? ¿Cómo hago para dejarme ir?
Después de algunas semanas volví a ser el mismo de antes.
Me acostaba tarde, no sonreía por las mañanas,
no te pensaba todo el día, no planeaba salidas,
no quería escucharte, ni escribirte, ni besarte.
De a poco, me convertí en el mismo tipo.
Ese al que no le importa nada, ni nadie.
Alguien que juega sin ganas con su gato,
o que duerme siestas para ocultar el hastío,
que lee libros que nunca va a recordar,
que no se ríe de los chistes porque
porque son estúpidos, mal contados,
o simplemente porque la risa se fue aquella vez
en que nos reímos de la nada, de todo.
De a poco, me convierto en el de antes.
El que no quería ver a nadie y así estaba bien.
Con sabor a ausencia y a silencio,
repleto de tareas y de aburrimiento,
lleno de ideas y ningún intento
de terminar esa novela, ni hacer un cuento.
De a poco, volví a escribir poesía, a la noche
cuando la ciudad se apaga y solo quedan
los recuerdos.
Fin.